Opinión

El mundo que viene

Necesitamos reaccionar, pero rápidamente. La situación es de la máxima urgencia para España. Tenemos dos grandes industrias y las dos están amenazadas, la del turismo por razones obvias, la de la construcción porque no hay impulso para la inversión si reina la inseguridad jurídica con un gobierno integrado por elementos bolivarianos.

El mundo que está aquí, el que viene con el coronavirus, entraña una zozobra considerable. ¿Alguien puede imaginarse cómo vender o comprar ropa en unos grandes almacenes donde es preciso tocar y probarse las prendas? Hablamos de que están en peligro miles y miles de millones de euros y necesitamos empezar a saber cómo salir de ésta. Buena parte de los negocios que conocemos desaparecerán. Los vuelos “low cost”, por ejemplo, esa posibilidad barata de viajar al otro lado del globo, con estancia incluida, por 950 euros, se han convertido de golpe en un sueño imposible. Y eran la urdimbre de compañías enteras. Ya no se pueden hacinar cientos de pasajeros en un espacio mínimo. Las playas ya no pueden ponerse como el Postiguet o Torremolinos en verano. Pero utilizarlas de manera sana tiene que ver con reducir el aforo a una quinta parte de la gente que se bronceaba y bañaba en ellas. ¿Adónde iremos una mayoría a nadar? ¿Adónde acudirán los turistas extranjeros que nos alimentan con sus estancias? ¿Qué les podemos ofrecer?

Empieza una época en que terrazas de mesas muy separadas serán la única forma de tomar una cerveza. Y luego aparecerá la clasificación de las personas: mientras unas seguirán siendo bombas biológicas, aquellas que hayan pasado el coronavirus serán compañeros saludables. ¿Nos marcarán con pulseras? ¿Nos tomarán la temperatura? ¿Habrá cámaras térmicas, como anuncia el ayuntamiento madrileño?

Para este futuro inmediato se necesitan imaginación, capacidad de organización, colaboración de talentos de todos los colores. Epidemiólogos, expertos en logística, conocedores de los mercados, antropólogos y gobiernos capaces de darles espacio. España está en una muy desfavorable circunstancia. Se nos han juntado un gobierno débil, agentes neosovietizantes muy ineficaces e ideologizados y una debilidad grande del tejido productivo. Lo que ha ocurrido esta semana no es baladí. No se puede decir un sábado que los niños van a salir a la calle, un lunes añadir que acudirán nada menos que a los supermercados (grandes focos de contagio y lugares de encuentro con los ancianos, la población más expuesta), desmentir después lo dicho y, finalmente, dejar a la población en suspenso sin precisar si saldrán un niño o cinco por familia, si lo harán con mascarilla o si podrán hacerlo diariamente, en domingo o en las fiestas de guardar.

No es sólo que la improvisación es mala. Es que detectarla resulta muy inquietante y genera enorme inseguridad en un mercado social gravemente tocado.