Opinión
Alegría amenazada
Hay un pasaje en La Peste de Camus que describe la situación a la que nos enfrentamos en la actualidad: en el mismo el Dr. Rieux le dice a Tarrou –Es preciso que venga usted mañana al hospital para la vacuna preventiva… hágase a la idea de que tiene una probabilidad sobre tres de salir con bien–, a lo que contesta –esas evaluaciones no tienen sentido, doctor, lo sabe usted también como yo. Hace cien años una epidemia de peste mató a todos los habitantes de una ciudad de Persia excepto, precisamente, al que lavaba los muertos, que no había dejado de ejercer su profesión–, a lo que el doctor replica –lo salvó su tercera probabilidad… Pero la verdad es que no sabemos nada de todo esto–. A pesar del ingente esfuerzo que está realizando la comunidad científica, lo que sabemos es que nos enfrentamos a un enemigo invisible, taíno y muy traidor, el cual muestra su rostro de forma muy diferente en situaciones muy similares. Como toda pandemia nos deshumaniza, nos obliga a recluirnos, a distanciarnos de nuestros seres queridos, nos impide acompañar a nuestros enfermos y poder despedirles en los momentos finales. La barbarie e inhumanidad con la que se comporta este virus es inusitada, porque bajo la apariencia de una simple gripe nos inocula entregas virales que actúan de imprevisible forma en cada persona. Confiamos en que la comunidad científica cuando antes obtenga la tan deseada como necesaria vacuna o en su defecto, un tratamiento eficaz, porque las consecuencias de este virus no solo son y muy graves en términos de salud, además lo son en términos económicos, tendrá además unas consecuencias en nuestros hábitos y conductas que nos trasformaran como sociedad. El virus penetra con gran rapidez y mortalidad en sociedades abiertas como la madrileña o la neoyorquina, donde la sociabilidad es intensa, donde compartimos una gran actividad laboral con una gran oferta de ocio, y todo esto puede cambiar. La enfermedad nos resta tantas ilusiones como cansancio nos introduce, nos hace más sensibles, pero a la vez nos endurece, dureza y sensibilidad a la par, generando un sinfín de emociones que en algún momento no podemos dominar. El desconfinamiento nos va a generar una alegría inmensa, pero será una alegría amenazada.
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