Coronavirus

¿Tranqui, colega?

«Siniestro Total», la famosa banda gallega de rock, era muy conocida por su magistral uso de la ironía

En los años ochenta el grupo punk «Siniestro Total» popularizó una canción cuyo estribillo decía: «tranqui, colega: la sociedad es la culpable». La famosa banda gallega de rock era muy conocida por su magistral uso de la ironía. En el caso de esta canción en concreto parodiaban a los matones de barrio que intentaban culpabilizar al contexto social de su propia psicopatía.

¿Nature o nurture? La posibilidad de que en el dobladillo de esa pregunta se refugie una tropa de caraduras para eludir sus responsabilidades es una perspectiva cuando menos inquietante. Puesto que fuimos coetáneos, supongo que los gallegos también habían visto el film «Repo Man» de Alex Cox, una de las películas underground y alternativas de la época. En una de sus inolvidables escenas, un grupo de pandilleros de barrio intentaba atracar un supermercado y uno de ellos caía herido mortalmente.

En la escena en que agonizaba en brazos de su colega de barrio, el moribundo emitía todo un verdadero mitin afirmando que terminaba de esa manera por culpa una sociedad implacable que le había hecho así. Su colega le contestaba tranquilamente: «No, hombre, no. Que crecimos juntos: tu fuiste siempre un mal bicho desde que eras pequeño, que te conozco». No saben hasta qué punto añoro aquel mundo alternativo que, en sus propias obras, ya era capaz de hacerse la autocrítica con sentido del humor. Hoy en día, no hay un rapero que sea capaz de parodiar todos los tics propios del colectivo. Y pensar que el rap lo empezamos en los ochenta (hay que ver lo que prometían los discos de Beastie Boys y Run DMC) como para quedarse en la poquita cosa que se ha quedado.

Culpar al sistema, al entorno, al contexto, de los propios fallos a la hora de tomar decisiones es una táctica muy vieja para descargarse de responsabilidades y eludir rendir cuentas por los efectos que se provocan. Cuando uno ha tomado decisiones equivocadas debe vivir con ello. Es humano equivocarse, pero se deben reconocer los errores para no volver a repetirlos. El barrio de mi juventud era común para todos: había quién se conseguía un revólver magnum en el mercado negro, había otro que llevaba en el asiento de atrás del Seat 850 (atado con una cadena como si fuera un perro) a un mandril que le había traído un legionario; había también quien llevaba gafas y leía libros.

Al principio, lo pasaban más mal los de las gafas, pero luego todo cambió. Yo no sé si los pantys en la cabeza hubieran sido ahora una buena mascarilla protectora contra el coronavirus, pero en pocos años a los de la media atracadora en la cabeza les empezó a ir peor que a los de las gafas. Ninguno de ellos tuvo la ocurrencia de echarle la culpa al sistema, sino a las decisiones individuales de cada uno y ser comprensivos con el traspiés de cada cual. Del mismo modo en que estábamos seguros de que, en algunos casos, la crianza había sido determinante sumada al temperamento, a ninguno se nos habría ocurrido convertirlo en una afirmación genérica. Cada uno era cada cual y debía arrostrar con sus decisiones.

Igualmente, cuando un gobierno ha cometido fallos de gestión debe asumirlos. Es insuficiente escudarse en excusas tan patéticas como que nadie podía habérselo imaginado o en que nadie se esperaba esto. Eso ya lo sabemos todos, es una obviedad. Por supuesto que ninguno nos esperábamos que fuera un virus tan letal ni tan contagioso (bueno, nadie no; hace once años epidemiólogos andaluces ya me comentaron que estaban esperando un episodio así o peor), pero eso no significa que nos tuviéramos que quedar parados e inactivos como se quedaron al principio de la crisis los gobernantes. Tuvieron que tomar decisiones a toda prisa y tomaron las equivocadas. Eso puede pasarle a cualquiera. Somos humanos.

Cuando el 30 de enero, había que decidirse entre valorar lo que se nos venía encima con un nivel dos o un nivel cuatro de peligrosidad, decidieron escoger la alternativa más cómoda y eso fue un fallo tremendo. Nos dejó desprotegidos, sin tests suficientes, sin los equipos de protección individual mínimos que hubieran necesitado los sanitarios. Debido a ello, tenemos el mayor número de sanitarios contagiados del mundo. No se puede echar bolas fuera y culpar al contexto. Ni pretender que la culpa la tienen las decisiones de políticos de hace diez años cuando el Covid-19 todavía no existía sobre la tierra.

Es tan contrafactual decir «yo lo hubiera hecho mejor» como decir que nadie lo habría hecho mejor. Italia lo tenía peor que nosotros y al final nos ha dejado en evidencia. Lo único que resulta cierto y factual es comprobar cómo lo ha hecho cada país y los números que tiene. Nuestras cifras hay que reconocer que no son buenas. Más bien son una vergüenza. Con esos números ineludibles, ningún colega estará tranquilo porque no permiten echarle la culpa al sistema.