Opinión
El necesario trabajo
A la tragedia provocada por el coronavirus, con una cruel nómina de fallecidos y de afectados con secuelas, se le une sin solución de continuidad una dura crisis económica que traerá muchos desasosiegos sociales en forma de emergencia social, provocando una gran vulnerabilidad en muchos ciudadanos. Para paliar tales efectos se ha propuesto alcanzar un gran pacto por la reconstrucción, que como vengo repitiendo en mis últimos artículos, mal comenzamos cuando no se le puede atribuir el calificativo de nacional. Hay una coincidencia en que la principal prioridad es que todas las fuerzas políticas, sociales y económicas deben aunar esfuerzos para avanzar en el amplio acuerdo de reconstrucción económica y social que el país necesita, y a mí, no me cabe la menor duda. Ya he alertado en otras ocasiones de cómo algunas fuerzas políticas, alguna presente en el Gobierno de la nación, pueden utilizar este periodo para intentar imponer modelos ideologizados en lo económico y en lo social, en vez de dedicar sus esfuerzos a crear las condiciones que nos permitan cuando antes volver a la normalidad. Y esto, no es más que proteger nuestro tejido económico para que lo antes posible se regenere el arma que más libre nos hace, y sobre todo, que más justicia social genera, el trabajo. De esta forma, el trabajo se convierte para el ser humano en un pilar fundamental de su existencia. Trabajo es desarrollo y realización personal, es integración en la sociedad y proyección positiva de nosotros mismos ante los demás. Nos dignifica en cuanto nos hace sentirnos autosuficientes, capaces, útiles y necesarios en una sociedad activamente económica. Por eso, cuando no logramos una estabilidad laboral o la perdemos no solo vemos afectada nuestra economía, también se resiente nuestra autoestima y con ello la percepción de nuestra valía personal. Para ello, es necesario una colaboración público-privada que solo desde la ausencia de postulados ideológicos comunistas se puede alcanzar; atribuir al modelo político que nos hemos dado la principal causa de las desigualdades sociales es sencillamente no querer ver la realidad. Las sociedades que más protegen al individuo son aquellas que más oportunidades les ofrecen, y por eso, es necesario que nuestra economía se reconstruya cuando antes sobre bases sólidas propias de una economía de mercado en el seno de un estado social y democrático de derecho.
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