Opinión
En la Puerta de Tannhäuser
Yo también he estado en la Puerta de Tannhäuser y, aunque no he contemplado cómo brillan los Rayos-C en la oscuridad, como el replicante Roy Batty, sí «he visto cosas que vosotros no creeríais». He presenciado cómo los muertos resucitaban por decisión administrativa y también que los zombis se acercaban a un funcionario para decirle «considérame vivo», a lo que éste contestaba «habrá que consultarlo arriba, porque el reglamento no ha previsto su caso». Y ya cerca de la Puerta he tenido la ocasión de asistir al extraordinario acontecimiento de que los enfermos de coronavirus sanan como por ensalmo. «¿Es un milagro?», preguntaba un estudiante de teología que aún no se había quitado la sotana del Seminario para pasear de doce a dos. «¿De Jesucristo?», añadía antes de que el funcionario le contestara que no, que todo eso tenía que ver con Simón. «¿El estilita?», interrogaba cada vez más inquieto el seminarista por creer que la presencia de Dios era incontestable. «No», volvía a responder el funcionario ya un tanto irritado, aunque recordando la Ley de Transparencia añadía que se estaba aludiendo a «Simón, el de Sanidad». ¿El de Sanidad?, ¿quién será ese?, pensaba para sí el futuro sacerdote sin salir de su asombro, aunque, rendido a la magnanimidad del Altísimo, no paraba de alabar su Nombre.
Sí, en la Puerta de Tannhäuser pasan estas cosas increíbles que tal vez alienten a los ingenuos, satisfagan a los políticos ahora poderosos o levanten pasiones entre sus incondicionales. Pero a mí me resultan difíciles de encajar racional y estadísticamente. Miro los datos diarios del Covid-19 a lo largo de este mes de mayo en tres fuentes distintas –el Ministerio de Sanidad, el Instituto de Salud Carlos III y el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades– y ninguno coincide. Lo verdaderamente milagroso es que el material numérico que nutre esas fuentes es el mismo para todas ellas. Pero, claro está, sólo la primera es la que ha de respaldar al santo Simón, el de Sanidad, la que acredita sus milagros, la que nos dice que los muertos pueden resucitar y los zombis están vivos. Y lo asombroso es que ni yo ni nadie acostumbrado a recopilar y manejar esa información logramos adivinar para qué. Porque, dejémoslo claro, los prodigios de hoy se desmienten mañana y las cifras de enfermos y fallecidos continúan creciendo. Lo harán inexorablemente hasta el final de la epidemia. Sin embargo, tal vez tuviera razón Roy Batty cuando dijo que «todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia», aunque aún no haya llegado la hora de morir.
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