Mirando la calle

Recuerdos para Gurb, señor Mendoza

«Lo que siempre quiso don Eduardo fue vivir intensamente. Por eso eligió que su vida fueran la lectura y la escritura»

Recuerdo que cuando leí «La ciudad de los prodigios», allá por 1987, un año después de su publicación, sentí una sensación parecida a la que me embargó al terminar «Cien años de soledad». Si tras la lectura de atracón, en una noche de celebrado insomnio, me acabé la novela de García Márquez y, al cerrar el libro, experimenté tal vacío, que empecé a derramar lágrimas sin consuelo, al concluir «La ciudad de los prodigios» fui incapaz de leer nada en una semana, atrapada como estaba en la vida de Onofre Bouvila y en esa Barcelona que se transformaba página a página, a través de la pluma, también prodigiosa, de Eduardo Mendoza. A partir de ese momento, devoré los libros que hasta entonces había publicado el escritor catalán («La verdad sobre el caso Savolta», «El misterio de la cripta embrujada» y «El laberinto de las aceitunas») y fui esperando sus siguientes obras, con el ansia de una fanática enloquecida.

El jurado del Princesa de Asturias que acaba de galardonarlo con el Premio de las Letras ha proclamado que es un «proveedor de felicidad para los lectores». Y hay mucha realidad en esta sentencia, porque si Mendoza ha declarado que: «He dedicado toda la vida a lo que más me gusta y ahora recibo este Premio tan especial. Soy un hombre feliz», sus lectores podemos asegurarle que nosotros lo somos más cuando leemos sus libros y nos impregnamos de su maestría y de su arriesgado humor –él mismo reconoce que «en el humor, si fracasas no hay salvación»–, que ha sido capaz de mantener a lo largo de toda su obra, sin bajar el listón y sin considerar que «cualquier chocarrería vale».

Este creador de un detective anónimo, que, junto a Vázquez Montalbán, Alicia Jiménez Bartlett, Andreu Martín o Juan Madrid, fue artífice de la novela negra mediterránea/española, al recoger el Premio Cervantes, en 2016, afirmó que, como Alonso Quijano, solo aspiraba a «correr mundo, tener amores imposibles y deshacer entuertos». Está claro que lo que siempre quiso don Eduardo fue vivir intensamente. Por eso eligió que su vida fueran la lectura y la escritura. Y los lectores se lo agradecemos con nuestra enhorabuena por el Princesa de Asturias y recuerdos para Gurb, quizás su personaje más loco e inolvidable.