Opinión
Los cenáculos
En la capital se han activado los cenáculos, esos mentideros en los que personas influyentes se reúnen sobre los manteles para hablar de política, con la pretensión de cambiarla, cuando no con el propósito de apañar pactos, aunque parezcan imposibles, y salvar al país del desastre. Tales conciliábulos acostumbran a activarse y multiplicarse cuando la crisis se apodera de la vida pública y no se ve la salida o se adivina oscura y complicada. Más o menos lo que está pasando ahora. Tiene su antecedente más reconocible en la etapa constituyente. Hasta la Constitución se hizo, en parte, en los cenáculos, sobre los blancos manteles. De ello podrían dar fe Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell, si éste aún viviera. Cenando desatascaron la discusión y restablecieron el consenso constitucional.
Ha bastado con que, con la «nueva normalidad», se abriera la mano para volver a circular por la calle, aunque sea con la mascarilla puesta, para que en los restaurantes más selectos se agotaran las reservas en los reservados. Se impone, eso sí, la discreción. Conozco algunas de estas cenas programadas para el fin de semana y el lector incauto se asombraría de la composición de la lista de reunidos. Destacados personajes pertenecientes a partidos aparentemente enfrentados –ex ministros, banqueros, diputados, académicos, diplomáticos, escritores…– no tienen inconveniente en cenar juntos con la encomiable intención de tantear pactos, eliminar obstáculos personales y salvar la situación. Es inevitable en estos encuentros un cierto aire de conspiración. En no pocos de ellos estará en el punto de mira la discutida figura del presidente Sánchez. Lo que, desde luego, se busca en la mayoría es la fórmula para sacar la política nacional de las manos de Lastra, Rufián y Echenique, un trío que produciría risa en cualquier otra circunstancia, y que ahora produce miedo ante lo que se avecina.
La política analógica, discreta, está vigente y sigue siendo, me parece, más influyente que la política digital, absolutamente desmadrada, que circula ruidosamente por las redes sociales. En el Parlamento y en la Prensa nos quedamos todavía en «las espumas de la política», que decía Unamuno, en las declaraciones, en los gestos, en las apariencias. En los cenáculos se trabaja a calzón quitado, hasta donde he podido entrever por la confesión de algunos participantes destacados, en favor de un gran pacto de las fuerzas constitucionalistas. Ese es el objetivo y se da por seguro. Se discute la fórmula concreta, el momento y la estrategia. La operación responde a lo que piden bajo cuerda las autoridades europeas y al sentido común.
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