Opinión

Banderas y sucedáneos

Con la presidencia de Obama vino a España James Costos como embajador de los Estados Unidos. Tuve oportunidad de tratarle. Siempre advertí su amabilidad, lo detalloso que era, y que aun cuando coincidiésemos de tarde en tarde, siempre tenía alguna palabra hacia mi familia cuyos pormenores no olvidaba.

Era bien sabido que el embajador Costos era –es– homosexual, de ahí que las invitaciones para actos oficiales las cursase el embajador Costos y el señor Smith, es decir, su pareja o su cónyuge. Una pareja homosexual representando a los Estados Unidos. Pasada la primera y lógica sorpresa, la presencia de ambos se hizo notar en la sociedad madrileña. Hasta en el aire que adquirió la embajada: el señor Smith es decorador y tiene muy buen gusto. Al parecer decoró la Casa Blanca para el matrimonio Obama.

El embajador Costos publicó en su día un artículo en el que daba a entender que una de las razones –si no la razón– de su nombramiento, y el de otros embajadores homosexuales, era la intención de Obama de lanzar al mundo el mensaje de «que Estados Unidos está comprometido con la defensa de la plena igualdad para lesbianas, gais, transexuales y bisexuales (LGTB)».

Tan es así que aquel año y en los días del Orgullo LGTB, en el mástil donde flamea a diario la bandera de los Estados Unidos, se izó la bandera del arco iris. Las dos juntas. Con la significación que los norteamericanos dan a su bandera, con el aprecio que tienen hacia ella, imagino que ese gesto no pasaría desapercibido entre sus nacionales, aquí y en otros países pues en otras de sus embajadas se hizo otro tanto. Siempre me sorprendió –en negativo– que un país que tanto aprecia su bandera la homologase a un símbolo que no identifica a la nación en cuanto tal ni a sus ciudadanos

Añadía Costos en ese artículo que su país quiere ser el país líder del movimiento gay, que sus postulados son un componente esencial de la política exterior de Estados Unidos. Y esto debe ser así porque al cabo de los años veo que tal política ya no es cuestión de demócratas: también este año y con los republicanos gobernando, una enorme bandera gay cuelga en la fachada de la embajada. Y como es habitual Estados Unidos crea escuela y marca tendencia, obviamente también en España. Se explica así que prolifere esa bandera en balconadas de ayuntamientos, consejerías autonómicas y edificios ministeriales.

Sin embargo el Tribunal Supremo acaba de sentenciar que en los edificios públicos sólo caben las banderas oficiales, luego no aquellas que, como la del arco iris, no representa otra cosa sino el sentir de un lobby. Y tal criterio se basa en algo tan obvio como es la neutralidad de los poderes públicos. Además añade que no cabe pretextar tales gestos apelando a la democracia porque ésta se plasma en la forma de hacer mayorías y también en el respeto a las leyes.

Les transcribo su jurisprudencia: «no resulta compatible con el marco constitucional y legal vigente, y en particular, con el deber de objetividad y neutralidad de las Administraciones Públicas la utilización, incluso ocasional, de banderas no oficiales en el exterior de los edificios y espacios públicos, aun cuando las mismas no sustituyan, sino que concurran, con la bandera de España y las demás legal o estatutariamente instituidas». Criterio relevante cuando se tunean escudos o logos de instituciones públicas.

En fin, una cosa es respetar los derechos de los homosexuales y a quienes hay tras las siglas LGTB, cada vez más concurridas, y otra identificar a toda una nación con la agenda ideológica del poderoso lobby gay; mezclar lo que representa a la nación con lo que simboliza a una ideología de parte y minoritaria. Esa parcialidad queda en evidencia estos días y ya no lo es con la mayoría de los ciudadanos, sino entre los colectivos que se parapetan tras esa bandera. Ahí está la actual guerra intestina entre feministas, unas podemitas, otras socialistas, queer unas y clásicas otras, tirando unas a la cabeza de las otras el calificativo de transfóbicas.¿Y cual es la razón de su conflicto?, pues discuten si realmente somos hombres y mujeres o constructos sociales.Acabáramos.