Opinión

Progresismo aporófobo

El Gobierno pretende reformar el Código Penal, para incluir como nuevo delito la aversión a los pobres, o aporofobia. Paradójicamente, puede que los autodenominados progresistas sean susceptibles de ser acusados del mismo.

Por supuesto, el propósito de las autoridades es el contrario, a saber, insistir en la moralización de la política y la monopolización de la benevolencia. Los buenos sentimientos ya no son propios de las personas libres sino que son encarnados por y administrados coactivamente desde el poder. Pasa con el cuidado de los pobres lo mismo que con el medio ambiente o las mujeres: los izquierdistas procuran que creamos que solo ellos los protegen realmente.

Veamos si es cierto. Una de las regularidades de la conducta humana es que casi todos queremos mejorar. Nadie quiere empobrecerse. Al contrario, las personas pobres, en su inmensa mayoría, anhelan dejar de serlo. En la práctica, despliegan considerables esfuerzos para lograrlo. La probabilidad de que dichos esfuerzos resulten coronados por el éxito estará en buena medida en función del marco institucional que salvaguarde los derechos y libertades de las personas. Por eso, el colapso del comunismo desencadenó una ola de libertad en el mundo que facilitó que cientos de millones de personas hayan dejado atrás la pobreza extrema en las últimas décadas. Fueron los pobres quienes lo hicieron, los trabajadores y los empresarios, no los políticos, ni los burócratas. Así, el aprecio a la libertad equivale a la «aporofilia», y su rechazo a la aporofobia.

Moncloa, tenemos un problema. Las medidas intervencionistas propiciadas por la izquierda y la ultraizquierda conspiran contra los esfuerzos de los pobres, porque dificultan la reducción del paro, causa sustantiva de la pobreza, y, con los mayores impuestos, empobrecen a la población, y obstaculizan el ahorro, la inversión y la creación de empleo.

Dirá usted: la izquierda promueve un mayor gasto público que beneficia a los pobres. A algunos sí, sin duda, pero a la mayoría no, si frenan la prosperidad colectiva. Y, además, el gasto público es pagado a la fuerza por las trabajadoras. No constituye virtud alguna, salvo que identifiquemos a la Madre Teresa con la Agencia Tributaria.

¿De verdad aman las izquierdas a los pobres? Desconfíemos, señora, desconfiemos.