Opinión
¿Cuáles serán las consecuencias de la derrota de Calviño?
Nadia Calviño no será presidenta del Eurogrupo. Finalmente, el irlandés Paschal Donohoe resultó elegido por los estados miembros después de que el Norte de Europa se movilizara para frenar una presidencia del Sur con un marcado carácter socialista y centralizador. La derrota de Calviño tiene implicaciones tanto para la política económica interna de España como para la política económica que Europa le vaya a tratar de imponer a España.
Por un lado, si Calviño hubiese ascendido a la presidencia del Eurogrupo, su poder negociador dentro del Gobierno de España se habría acrecentado. Recordemos que la ministra de Economía ha tenido sonados desencuentros con otros miembros del Ejecutivo, como el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz y, sobre todo, el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. En ocasiones, ha sido Calviño la que ha resultado vencedora de tales desencuentros (como en la propuesta de derogación íntegra de la reforma laboral), pero en otras ha perdido con claridad (como en la moratoria de los alquileres). De haber contado con la autoridad que sin duda concede la presidencia del Eurogrupo, Calviño podría haber librado las batallas internas con mucho más éxito, algo que habría sido beneficioso para la mayoría de españoles y nocivo para el populismo programático de Unidas Podemos. Desde luego, Pablo Iglesias puede estar en parte satisfecho con que Calviño se haya estrellado en Bruselas.
Pero, por otro lado, la derrota de la vicepresidenta tercera del Gobierno también resulta bastante indicativa del mensaje que nos quieren remitir la mayoría de nuestros socios europeos. A la postre, la candidatura de Calviño se caracterizaba por dos posiciones programáticas muy definitorias: primero, hemos de relajar el cumplimiento de los objetivos de déficit dentro de Europa (tan es así que España, bajo la dirección de Calviño, incrementó en 2019 su déficit público con respecto a 2018); segunda, los países del Norte de Europa han de ser solidarios con los del Sur constituyendo un enorme fondo para la reconstrucción sin ningún tipo de condicionalidad asociada.
Y el Norte de Europa ha replicado a esos dos lemas de la candidatura de Calviño con un sonoro tortazo contra las aspiraciones europeas de Sánchez. Primero, nada de relajar «sine die» los objetivos de déficit: que durante la presente crisis se haya suspendido el cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento no significa que el mismo deba prorrogarse «ad eternum». Segundo, no va a haber solidaridad sin estricta condicionalidad: la Eurozona no es un club político concebido para que el Norte subsidie permanentemente al Sur y, por consiguiente, no habrá más centralización económica y fiscal. Acaso se piense que, habiendo tenido de lado a países como Francia, Italia o Alemania, difícilmente la derrota de Calviño se traducirá en reveses para Sánchez en las venideras cumbres europeas. Pero recordemos que los Consejos Europeos se deciden por unanimidad, de manera que la rebelión del Norte sí pasará factura a las ambiciones sanchistas.
En definitiva, puede que Iglesias –y el resto de populistas patrios– esté descorchando el cava por la derrota de Calviño, pero también debería ser muy consciente de lo que esto significa: la rebelión de la Europa de los frugales contra la Europa de los manirrotos. Menos déficit y más recortes del gasto. Si esa es la receta que finalmente nos impone Europa, ¿sobrevivirá la coalición gubernamental española a una reedición de la Troika?
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