Opinión

Segunda ola

Abrir precipitadamente la economía esperando una rápida reactivación de nuestro aparato productivo era un error, esencialmente por dos motivos. Primero, si el virus seguía con nosotros y subsistía el riesgo de contagio en actividades típicamente sociales (consumo en bares, restaurantes, discotecas…), ese sector de la economía no iba a levantar plenamente la cabeza, pues muchos ciudadanos evitarían interactuar con otros para minimizar el riesgo de infección. Segundo, reabrir sin un mecanismo eficaz para controlar las reinfecciones nos exponía al riesgo de padecer una segunda ola, lo que a su vez nos abocaría a volver a cerrar la economía con consecuencias dramáticas para la actividad y el empleo (en 2023 podríamos recuperar el nivel de actividad previo a la crisis, pero con segunda ola sería más allá de 2025). El Gobierno intentó acelerar la desescalada y la llegada de la nueva normalidad para que, de ese modo, pudiéramos salvar la temporada turística y evitar una caída abrupta del PIB. Pero lo hizo de manera precipitada y sin dotarse de los medios necesarios para poder detectar precozmente a los contagiados y a sus contactos, cortando así de raíz la propagación de una nueva epidemia. Nuestro país dejó de realizar test generalizados tan pronto como Sánchez dio por derrotado al virus y las autonomías jamás contrataron a una cantidad significativa de rastreadores para localizar rápidamente a los potenciales contagiados. Con semejante precariedad en los medios, no tenía ningún sentido reabrir la industria turística pues el resultado sólo podía ser el que finalmente ha sido: cualquier eslabón débil de la economía generaría nuevas oleadas de contagios no trazables y el lógico miedo provocaría un hundimiento en la ya de por sí escasa demanda que subsistía. La cuarentena impuesta por Noruega o Reino Unido ha sido, pues, el resultado previsible del descontrol interno. Además, las advertencias de Torra de que ordenará un nuevo confinamiento si la situación epidemiólogica no mejora es justamente lo que habría que haber evitado, extendiendo durante más tiempo el distanciamiento social y aprovechando ese periodo para reforzar los medios de prevención a disposición de las administraciones. Ahora ya es demasiado tarde para revertir a corto plazo la situación en muchas zonas de España y, por tanto, podemos dar por totalmente perdida la temporada turística en la mayor parte del país. Nuestra principal industria arruinada por la incompetencia de nuestros gestores públicos. Pero en algún momento habrá que empezar a reclamar responsabilidades políticas por la negligencia que ha terminado condenando a la economía española. Ni era cierto que no se pudiera saber en febrero, ni es cierto que no se pudiera saber ahora. Entonces y ahora, nuestros políticos jugaron con fuego y han terminado quemándonos a todos los demás.