Opinión

Reabrir con garantías

Nuestros políticos siguen haciendo gala de su pésima capacidad de gestión y de anticipación. A falta de apenas unos días para que nuestros menores regresen al colegio, todavía no contamos con un protocolo mínimamente aceptable que permita combinar los que deberían ser los dos objetivos fundamentales de este proceso: por un lado, mantener a raya la pandemia (ahora mismo descontrolada en la mayor parte de España) y, por otro, facilitar una formación adecuada a nuestros menores. En el actual contexto, ambos objetivos son imposibles de alcanzar a través de la organización tradicional de nuestro sistema educativo. Reabrir sin más las escuelas, manteniendo el mismo funcionamiento que antes de marzo, sólo nos abocaría a una aceleración de las transmisiones comunitarias (la reapertura de colegios en Israel y en EE UU ha provocado exactamente esos efectos). Y, de hecho, si se acelerara la transmisión comunitaria en el interior de las escuelas, éstas terminarían siendo cerradas de nuevo a los pocos días o a las pocas semanas. Pero, a su vez, cerrar a cal y canto las escuelas tampoco debería ser una opción a considerar seriamente. El daño que se está haciendo a varias generaciones de estudiantes, privándoles de acceso a una formación de mediana calidad sin ofrecerles ninguna alternativa adecuada, sería demasiado grande y difícil de reparar en el futuro. ¿Cómo deberíamos proceder? Aunque no existen procedimientos totalmente seguros (por desgracia, todavía contamos con muy poca experiencia para saber qué funciona y qué no), sí hay algunos principios que pueden ser de utilidad para poder reabrir parcialmente las escuelas en condiciones de seguridad. Y es que, si reabrimos las escuelas, deberemos hacerlo incrementando la distancia de seguridad entre los alumnos y para ello no quedará otro remedio que reducir el número de estudiantes por clase y por profesor, para lo cual habrá que reducir también el número de horas lectivas presenciales que de media recibe un alumno (si la infraestructura y el profesorado es el mismo, o aunque aumente ligeramente, menos alumnos por clase y por profesor implican que cada alumno recibirá menores horas lectivas). Por consiguiente, si por necesidad vamos a reducir el número de horas lectivas presenciales por alumno, será menester distribuir las menores horas lectivas presenciales de tal manera que se genere el menor quebranto formativo posible. ¿Cómo hacerlo? Por un lado, priorizando asignaturas (hay materias más esenciales que otras de cara a la formación futura de un alumno y esas materias deberían mantener su carga horaria a costa de reducir o prescindir de la presencialidad de otras). Por otro, priorizando a aquellos estudiantes que necesitan de una mayor atención presencial para interiorizar los temarios (no sólo dentro de un mismo curso, sino sobre todo entre distintas etapas educativas. Los alumnos de bachillerato necesitan menor asistencia docente presencial que los alumnos de primaria). Sólo enfocándonos en lo prioritario podremos conseguir ampliar la distancia de seguridad entre los alumnos minimizando el daño sobre los estudiantes, especialmente sobre aquéllos más vulnerables y con menores alternativas.