Opinión

El gasto vuelve a contraerse

Uno de los aspectos peor entendidos de esta pandemia es que el grueso del hundimiento económico no procede de las cuarentenas impuestas por los gobiernos para contrarrestar la expansión del virus –aunque evidentemente alguna influencia tienen– sino del parón de la actividad que deriva de los rebrotes descontrolados de la epidemia. A la postre, una pandemia provoca lo que en economía denominamos un shock de oferta y un shock de demanda. Los shocks de oferta tienen lugar cuando queremos producir más pero no podemos por alguna perturbación que escapa a nuestro control: es decir, el shock de oferta supone una restricción en el uso que podemos efectuar de nuestros factores productivos (tierra, trabajo o capital). Los shocks de demanda ocurren, en cambio, cuando podemos producir más pero no queremos como consecuencia de la contracción de nuestro gasto: es decir, el shock de demanda supone una restricción en el uso que deseamos efectuar de nuestros factores productivos. Como decíamos, la pandemia provoca un shock de oferta y un shock de demanda que afectan gravemente a nuestra economía. Por un lado, el shock de oferta es observable en toda la masa de trabajadores que se ven incapacitados para acudir a sus empresas, ya sea porque han sido contagiados con el virus y la enfermedad los incapacita para desempeñar sus funciones ordinarias, o porque están en cuarentena al ser contagios asintomáticos (o haber estado en contacto con un infectado), o porque sus hijos o familiares han desarrollado la enfermedad y necesitan permanecer en casa para cuidarlos o porque se niegan a acudir al centro de trabajo por el riesgo de infección que supone. Por cualquiera de estas vías, el número de horas trabajadas se reduce y, en consecuencia, el PIB también lo hace. Nótese, pues, que el shock de oferta no depende necesariamente de que las autoridades prohíban trabajar: es el propio virus el que incapacita a parte de la fuerza laboral. Por otro, el shock de demanda se debe a la contracción del gasto derivado del miedo a contagiarse o de la incertidumbre general de la economía: por ejemplo, si los ciudadanos dejan de acudir a bares y restaurantes para no exponerse al riesgo de contagio, entonces la demanda de esos servicios de consumo social se reduce; si, a su vez, los ciudadanos minoran todas sus compras porque desean incrementar su ahorro precaucionario ante lo desconocido, entonces la demanda general de consumo e inversión también baja. De nuevo, para esto no necesitamos de restricciones gubernamentales: la propia dinámica de la pandemia conduce a ese escenario. Y, de hecho, ya está volviendo a conducirnos a él a pesar de que las restricciones a la movilidad social sean escasas hasta la fecha: el gasto en tarjetas está cayendo de nuevo dentro de nuestro país, lo que indica que estamos volviendo a experimentar un shock de demanda y, por tanto, que la recuperación está en jaque. Hasta que no derrotemos la pandemia, no habrá recuperación sostenida.