ETA
Quizá otro mundo
Mantener la negativa les costó pedradas en el cristal, y una mañana una enorme pintada en la persiana con un insultante PAGA ESPAÑOLA
Son tiempos duros para el comercio. Begoña tiene una tienda de ropa en Zarautz, que abre sin entusiasmo porque con esto de la pandemia no vende ni de lejos lo que acostumbraba. Tuvo que meter en ERTE a Chus, que era el alma del negocio, que hay que ver con qué alegría vende y cambia, casi como si la tienda fuera suya. Lleva toda la vida, desde antes incluso de los tiempos duros, cuando llegaban por Navidad los sobres que había que rellenar con billetes para los presos. A veces viene a visitarla, qué tal Begoña, aquí seguimos, mal, pero aguantando. Apenas le da para el alquiler y le salva que Itziar ya tiene trabajo y a Ramiro le quedó buena pensión al jubilarse.
Hoy se ha dejado caer por la tienda Arantxa, la de la ikastola de su nieto Álvaro. Se la ve contenta, como si algo de verdad fuera a cambiar.
Arantxa era una de las clientes habituales que en los tiempos duros traía los sobres para los presos. Era lo normal. No había dramas ni presión: lo dejaba en la tienda, y el mismo día o un día después volvía a por él. Lo abría, miraba dentro, y entonces sonreía o torcía el gesto según le pareciera bien o creyera que era poco. Mucho nunca era, eso sí. A veces compensaba con algún pantalón o una cazadora o jerséis para alguno de los chicos.
Begoña no se metía en líos, ni hablaba de política, y siempre tenía una palabra amable para las madres afligidas y observaba un silencio prudente cuando sonaban las pistolas o los chicos ponían una bomba en Madrid o por ahí abajo.
Nunca se le pasó por la cabeza negarse a llenar el sobre. Total, sólo era una vez al año, y venía de clientas o conocidas. Tampoco hacía falta que le explicaran qué consecuencias tendría decir que no. No había más que mirar alrededor, a otros comercios y algún bar al que además del sobre llegaba la carta de cobro del impuesto revolucionario. Eso era peor. Pero a ella nunca le llegaría. Era prudente y no se metía en líos.
Hasta que le llegó. No fue Arantxa, sino el hermano mayor de uno de los chicos de la pandilla de Itziar. Begoña le dijo que no entendía y él respondió que como este año sabía que le había ido mejor, estaba seguro de que podría comprometerse aún más, hasta sacrificarse, como hacían los gudaris, sobre todo los presos.
Abrió el sobre, que no estaba vacío, y leyó la carta. Le estalló un fogonazo en el estómago. Era mucho dinero, no podía dar eso.
Al día siguiente se presentó Arantxa en la tienda. No tuvo que decirle nada: tienes que pagar, ahora se necesita, es un esfuerzo de todos y los que podéis tenéis que aportar. Paga, le espetó finalmente sin más mientras comenzaba a deslizar la mano por la hilera de abrigos que acababan de llegar de temporada. Pagaron y no pasó nada. Hasta que volvieron. Y ellos respondieron pagando una vez más. También siguieron rellenando los sobres de Navidad. Pero ante la tercera carta decidieron plantarse.
Entonces sucedió algo sorprendente. De manera casi imperceptible, pero real, se formó en torno a ellos una extraña y sutil burbuja de aislamiento que dejó muchas de sus tardes sin conversación, ni visitas a la tienda. Mantener la negativa les costó pedradas en el cristal, y una mañana una enorme pintada en la persiana con un insultante PAGA ESPAÑOLA.
Finalmente, accedieron a pagar. Después de aquella tercera, ya no volvieron.
Cada Navidad regresaba el sobre para los presos. Unas veces era Arantxa, que recuperó sus visitas habituales para comprar para ella o los chicos; otras alguna otra clienta, o un conocido de su hija.
Hasta que hace unos años, cuando se acabó todo, dejaron también de traer los sobres. Seguía habiendo presos, pero debía ser que ya no tenían tantas necesidades. O que quizá aquel dinero no iba para ellos, cualquiera sabe.
Con la paz, todo se relajó. O casi, porque la herida de aquellos meses de burbuja no terminó de curarse nunca. En el barrio muchos siguieron mirándoles raro, casi como forasteros. Las clientas no dejaron de venir, pero algunas hablaban menos o apenas conversaban.
Hoy ha vuelto Arantxa a la tienda. Parece contenta. En realidad, siempre se mostró segura y decidida, como esas personas que saben quiénes son y no temen porque conocen sus fortalezas. Hoy tiene la euforia subida. Begoña, como tantos otros dolorida por la incertidumbre del virus y a merced de presagios de cierre y abandono, le confiesa que se alegra de verla así. Y le pregunta, por conocer, por saber, hasta incluso por ver si puede participar de ese contento.
Es para estarlo, Begoña, le responde, tanto sacrificio no fue en vano. Ya estamos en Madrid, y tenemos la llave para empezar a construir el futuro. Esta vez sí.
Begoña le devuelve una sonrisa forzada. Y desea con todo su corazón que lo que le dice Arantxa y ella no entiende muy bien, sirva de verdad para acabar con todo esto que la está arruinando. Pero intuye que no. Que su mundo sigue siendo diferente y que a ella le va a tocar seguir sufriendo.
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