Análisis

Ciudadanos, al centro del limbo

El problema de un partido como Cs, autodefinido de centro, es que el votante lo perciba como inútil.

El gobierno socialcomunista de Sánchez e Iglesias decidió cambiar el eje del consenso en noviembre de 2019, desde los grandes partidos de la Transición y del sistema político, el PP y el PSOE, a conformar un bloque con los que pretenden derribar el orden constitucional y erigirse en una nueva clase política hegemónica. Ese cambio, «periodo constituyente» lo llaman, supone transformar el régimen por la puerta de atrás. Así, la vida política española está en la tesitura de elegir entre constitucionalistas y rupturistas.

Arrimadas decidió hacerse un hueco en esa situación apelando a un papel distinto, porque entre abril y noviembre de 2019 su partido perdió dos millones y medio de votos. Pasó de ser la tercera fuerza del Congreso de los Diputados a ser la sexta. Pocas veces se ha visto en la historia de los partidos un viaje tan rápido desde la euforia desmedida a la frustración profunda. Rivera dimitió, y los dirigentes que quedaron consideraron que había que inaugurar una nueva etapa.

El problema de un partido como Ciudadanos, autodefinido de centro, es que el votante lo perciba como inútil. Hoy no sirve para gobernar y tampoco para hacer oposición. Sus ideas ya están defendidas por otros partidos que sí influyen en la gobernabilidad y que sirven para presentar cara al gobierno socialcomunista. Tampoco cuenta con un elenco de dirigentes e intelectuales que otorgue autoridad a la formación. Todo lo contrario. La sensación corroborada por las noticias es que los mejores se han ido de Ciudadanos, salvo alguna excepción.

Arrimadas no es una líder como Albert Rivera. Es difícil olvidar que se marchó de Cataluña después de ganar las elecciones de 2017, un hito histórico apoyado en el esfuerzo de muchos que luego se sintieron abandonados. A esto se suma que la dirección echara a Lorena Roldán, elegida en primarias en Cataluña, en favor de Carrizosa, ungido por Arrimadas. «¿La regeneración era esto?», se preguntan los históricos de Ciudadanos.

La nueva líder creyó encontrar su hueco electoral convirtiéndose en la socia favorita de Pedro Sánchez. De ahí que asumiera el discurso sanchista que confundía la unidad con la sumisión al Gobierno, y que regalara sus votos en el Congreso. No obstante, era una quimera intentar la sustitución de ERC, PNV y Bildu, que suman 24 escaños imprescindibles para la mayoría Frankenstein, contando solo con diez y siendo Iglesias el socio preferente de Sánchez. Quizá pensaba que el fracaso en la negociación de los PGE no era tan importante como el marcar una posición política que les diera una identidad y una utilidad para conseguir un hueco electoral. La maniobra era muy arriesgada, porque acercarse a lo que simboliza Sánchez solo consigue rechazo en el electorado del centro-derecha.

La posición del partido de Arrimadas es hoy muy complicada. El giro de Casado al centro y su imagen de alternativa constitucionalista, europeísta y autonomista consolidan su espacio. La fidelidad del elector del PP se mantiene alta y sube la intención de voto, sobre todo a costa de Ciudadanos. Por otro lado, el espacio españolista de confrontación con los nacionalistas que antes ocupaba Cs ahora lo tiene Vox. El partido de Abascal se ha situado en ese papel no solo por méritos propios, sino porque ahí lo han colocado la izquierda y los independentistas, que lo tienen como su nuevo enemigo.

¿Para qué votar a Ciudadanos? ¿Cómo transmitir al electorado la sensación de que es útil? Estas son las preguntas que se hacen los estrategas, porque con una legislatura inmersa en el choque entre el constitucionalismo y la ruptura, Ciudadanos puede quedar en la irrelevancia, antesala de la desaparición.