Opinión

Nuevos fundamentos para la política social

Las polémicas sobre si se debe eliminar, o no, la justificación de que sea real, de manera natural y conveniente, la existencia de ricos y pobres, fueron continuas, sobre todo en los debates derivados, en principio, de Aristóteles, y prolongados, por el peso del cristianismo, en Europa. En el siglo XIX, la controversia se deriva de lo manifestado, sobre todo, por Marx, con cambios evidentes. Como consecuencia en la II Guerra Mundial, una de las armas doctrinales, por parte de Inglaterra, fue la creación del Estado de Bienestar, que no deja de tener enlaces keynesianos. Los planteamientos reseñados han generado multitud de polémicas. Una de las más recientes estaba encabezada nada menos que por Hayek, y no digamos lo relacionado con el pensamiento católico, que siempre tuvo mucha influencia en España. Basta leer la Historia del Pensamiento Económico de Rothbard, para conocer que, en la polémica señalada, los puntos de vista del famoso cardenal Cayetano y las aportaciones derivadas de los teólogos de la Escuela de Salamanca señalaban que era legítimo que las personas capaces para moverse en el terreno de la economía, tuviesen un alto nivel en la escala social correspondiente como un complemento derivado de sus logros económicos. Y la llegada de la Escuela clásica de la economía, unida a planteamientos divulgativos liberales, acentuó la situación al combinarse con la Revolución Industrial. Todo este complejo de circunstancias produjo reacciones racionales, como las que Keynes señaló en su ensayo «The end of laissez-faire» publicado en 1926.
Esta realidad ha seguido creando la atmósfera para la germinación de la llamada política social; pero he aquí que el excelente economista español Jaime Terceiro acaba de suministrar datos fundamentales que se deben utilizar, en adelante, en relación con esta cuestión. Eso ocurrió el pasado 27 de octubre en su intervención «Desigualdad, brecha de género y cuotas», en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Fue, a mi juicio, tan importante, que conviene ya adelantar ciertas partes de su contenido, porque se trata de aportaciones muy valiosas, dignas de destacar ya, porque, como señaló este profesor, «con el transcurso de los años, el resultado de las investigaciones, tanto teóricas como empíricas, han ido cambiando los supuestos y prejuicios sobre la relación entre desigualdad y crecimiento económico». Y otras muchas consecuencias relacionadas con la desigualdad, por lo que, inmediatamente, se desprende que ciertas declaraciones rotundas necesitan atenuarse, pues el signo y magnitud de sus efectos dependen, «desde luego, del tipo de instituciones económicas, políticas y sociales de la realidad en que tienen lugar».
Son notables las aportaciones, pero, por ejemplo, que el crecimiento y distribución de la renta tienen un enlace fácil, es rechazado, dado que, como indicó Terceiro, «del ineludible poder que en toda sociedad ejercen sus élites sobre las instituciones, responderá mejor a las preferencias del conjunto de la sociedad, cuando exista un nivel razonable de movilidad social en términos absolutos y relativos». Cita las palabras del profesor Acemoglu: «La consolidación de élites extractivas, caracterizadas por disponer de un sistema de captura de rentas que permite, sin crear nueva riqueza, detraer rentas del conjunto de los ciudadanos en beneficio propio», no debe hacer olvidar que «son las élites inclusivas las que se caracterizan por comportamientos equitativos, eficientes y trasparentes».
Una serie de debates, procedentes, en fecha reciente, de Lakner y Milanovic, con datos del Banco Mundial, nos muestran, tanto si se emplean como respaldo de la curva de un elefante en su parte delantera, como si se hace con el diseño del famoso monstruo acuático del lago Ness, que, a lo largo del período 1988-2008, los grupos de renta correspondientes a los percentiles más bajos han tenido un crecimiento en sus rentas, y el conjunto más rico, el que se encuentra en el grupo del 20% más opulento, había aumentado sus rentas anuales en el período. Mejoraban los menos adinerados y quien había perdido porcentajes significativos en el crecimiento, pertenecía a la que se podría denominar clase media. Por lo tanto, los que se están beneficiando en el desarrollo económico, son los «extremadamente pobres o extremadamente ricos» y ello plantea, inmediatamente, problemas nuevos. Lo que acabo de señalar es una de las aportaciones de Jaime Terceiro, que mucho afectan a España; mas de su trabajo se desprenden novedades importantes que se relacionan con la cuestión de las cuotas derivadas de la ocupación femenina. Y todo esto, cuando se publique en los Anales de esa Real Academia va a provocar multitud de glosas y consecuencias, que ampliarían un trabajo previo del profesor Terceiro, que se publicó en esos Anales en 2016, y que constituye, con estas novedades, la forzosa señal de por dónde debe caminar una seria política social.