Opinión
Dimitir por vacunarse
Esta semana se cumplirá un mes de la llegada de la vacuna contra la Covid-19. Araceli, la anciana que recibió la primera dosis, disfruta ya de la inmunidad que se pretende conseguir para todos los españoles en los próximos meses. Y esta semana se ha cumplido un año del día en el que las autoridades chinas confinaron a los once millones de habitantes de Wuhan. La humanidad miró hacia aquella lejana ciudad y pensó que esas son cosas que pasan en otros sitios. Cuarenta y cinco días más tarde estábamos todos encerrados en casa. Y la situación no ha mejorado.
Después de meses de gestión de la crisis, aún sufrimos una terrible tragedia en vidas humanas y en número de personas hospitalizadas, mientras la economía se desmorona. Y tenemos 18 administraciones -la nacional y las 17 autonómicas- adoptando decisiones distintas y, a veces, contradictorias para resolver problemas similares, sin que nadie haya asumido responsabilidad alguna.
Sin embargo, ahora asistimos a las primeras dimisiones, pero no porque haya un solo cargo político o sanitario que haya reconocido errores o falta de diligencia al aplicar su estrategia para frenar la pandemia. Los dimisionarios del coronavirus son aquellos que se han vacunado cuando no les correspondía, a sabiendas de que no había llegado su turno o mal aconsejados por personas de confianza que les impulsaron a hacer algo que consideraban apropiado pero que ha resultado ser muy inconveniente. Ha dimitido el consejero de Sanidad de Murcia. También ha dimitido el Jefe del Estado Mayor de la Defensa. Y la polémica envuelve estos días a concejales, alcaldes o directivos de varios hospitales que por torpeza, desconocimiento o mala fe (a cada cual le corresponderá una de estas opciones, que son muy diferentes) se pusieron los primeros en la fila cuando su turno aún no había llegado. Algunos se han resistido a firmar la renuncia. Otros, aún resisten. Y hay quien ha tenido la solvencia y la decencia profesional y personal de dejar el cargo sin que parezca que le fuerzan a ello.
También Salvador Illa anuncia que lo deja, pero no como consecuencia de su labor al frente del Ministerio de Sanidad, sino como el galardón político que se concede a quien su partido considera que puede obtener unos resultados electorales prominentes. En definitiva, se va como homenaje por su tarea y no como fruto de un reajuste con voluntad de reconducir la estrategia seguida hasta ahora, en la idea de buscar un plan alternativo que pudiera mejorar la pésima situación en la que estamos.
Tampoco se ha dado la circunstancia de ver a responsables autonómicos asumir que aquella medida que adoptaron en determinado momento fue tan equivocada que la respuesta política exigible sea el cese voluntario en el cargo para dejar paso a otras personas que aporten criterios renovados. Dada la unanimidad de actuación de todas las administraciones, y dada la unanimidad de criterio de los partidos que las gobiernan, la conclusión ha de ser que la gestión de la pandemia no merece reproche alguno. Solo tiene consecuencias vacunarse a destiempo.
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