La opinión de Jorge Vilches
Las dificultades de Casado
El uso del pasado para desautorizar el presente solo afecta a la derecha. Dan igual los ERE del PSOE andaluz, la corrupción moral y de financiación de Podemos, los asesinos del historial de Bildu, o el golpismo de ERC
El uso del pasado para desautorizar el presente solo afecta a la derecha. Dan igual los ERE del PSOE andaluz, la corrupción moral y de financiación de Podemos, los asesinos del historial de Bildu, o el golpismo reciente de ERC. Esa es una historia que no pesa, que no alarma al periodismo orgánico, y que parece no descalificar su presente. Tanto es así que Grande-Marlaska ha criticado a las víctimas del terrorismo por sus «proyectos desfasados» y sus «enfrentamientos» con el mundo etarra, el mismo día que Troitiño, con 22 asesinatos a sus espaldas, sale a la calle.
Ese desequilibrio en la percepción de la vida política, la famosa doble vara de medir, está afectando a la construcción de la alternativa del PP al gobierno socialcomunista. Aunque no solo eso. Es cierto que Pablo Casado ha arrastrado las cadenas del fantasma de Rajoy desde 2018, cuando fue elegido por el partido. En esa cadena había dos pesos difíciles de llevar: la corrupción y el desagrado que había producido la reacción gubernamental frente al golpe en Cataluña.
Esos dos elementos dieron aire a la nueva política, tanto a Ciudadanos como a Vox, que se alimentaron del electorado que quiso castigar al PP. De ahí que esos dos partidos centraran sus campañas en atacar a los populares con el objetivo de empatizar con sus defraudados electores. Esto benefició al PSOE, que consideró una bendición la división de la derecha, que hasta que no esté unida no será una alternativa real. Ese es el gran reto de Casado.
Constitucionalistas y rupturistas
Ahora bien. Las dificultades son enormes. No solo tiene que sobreponerse al «legado» de Rajoy y esperar a que la nueva política se desinfle. Debe construir una alternativa en el peor momento, cuando hay una crisis del sistema político enquistada que ha dividido a los españoles entre constitucionalistas y rupturistas. No olvidemos el acoso a las instituciones, al Rey y al poder judicial, junto al desprecio al Estado de las autonomías.
Casado ha de enfrentarse a la tentación totalitaria del gobierno socialcomunista, que coloniza el Estado, deslegitima a la oposición, calla al Parlamento, limita la libertad de expresión, y compadrea con quienes quieren romper el orden constitucional. Si a esto sumamos que debe demostrar altura y sentido gubernamental ante la pandemia y la crisis económica, con cinco millones de parados, y huir de la demagogia, la tarea se complica todavía más.
No acaban aquí las dificultades. Está la unidad interna. Es imposible que el PP presente un proyecto alternativo que genere confianza a los españoles si los dirigentes territoriales no la muestran y no son disciplinados. Si cada uno decide hacer la guerra por su cuenta es muy difícil que se consolide el liderazgo de Pablo Casado, que su persona y su discurso representen un proyecto único, reconocible en cualquier lugar de España. Es la norma básica del branding político: un solo producto en el mercado, sobre todo si se está en la oposición. El PSOE tiene solucionado esto, quizá porque tenga un líder diferente. El liderazgo de Sánchez es de tipo transformador, y ese propósito hace que las purgas sean vistas como necesarias para conseguir el fin, como en Cataluña. Casado es de consenso, lo que obliga a tender puentes y repartir premios y castigos. Esto se complica si el líder está en un despacho de la oposición, y los dirigentes territoriales sentados en sus gobiernos locales, porque tiene poco que ofrecer y que quitar.
En ese momento de desorden el líder de consenso, en este caso Pablo Casado, apela siempre a la lealtad y la inteligencia, en dura pugna con la ambición y la soberbia. En definitiva, que Sánchez lo seguirá teniendo muy fácil si no cambian las cosas.
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