Vida cotidiana
La Cara A de la vida
Seguimos siendo las mejores amigas a pesar de que ahora nos enviemos canciones en Spotify y los casetes sean un mero recuerdo
Ha fallecido Lou Ottens en su casa de Duizel y de repente todos somos un poco más mayores. Este ingeniero neerlandés de 94 años inventó en los años sesenta una de las mejores creaciones de la historia: el casete. Gracias a él, la música nos pudo acompañar en los largos viajes de los 80/90 y durante toda nuestra infancia. En mi casa, las cintas de Dire Straits de mi padre se mezclaban con las canciones de Rosa León. Daba tiempo a todo, a los acordes de «Sultans of Swing» y a los agudos de «Debajo de un botón, ton, ton, del señor Martín, tin, tin». Después, llegaron Mecano y Michael Jackson. Yo juraría que mi primer casete fue de Ana, José y Nacho. Aunque años antes había ido a casa de mi primo Mariano, que tenía una minicadena para grabar el disco de Grease. Comprabas un casete virgen de 60 ó 90 minutos. A mí casi me importaba más que tuviera pegatinas que la duración. Después, el resultado era casi mágico –aunque había que estar pendiente de cuándo se acababa un lado de la cinta, y saltaba–. Los más perfeccionistas sumaban los minutos de cada canción y lo dividían entre 30 o 45 para que ninguna canción quedase interrumpida. A mí no me importaba tener que parar y dar la vuelta al casete. Luego se escribían todos los nombres de las canciones por orden y el nombre del grupo en el lomo. De un simple vistazo, se percibía la evolución musical y caligráfica de cada uno. Los «temazos» siempre estaban en la Cara A. Digan lo que digan, se solía rebobinar muchas más veces en ese lado que en la Cara B. Pero sin duda, mi casete preferida no es musical, sino lo que hoy podríamos denominar como un podcast doméstico. Mi entonces mejor amiga y yo ganamos ambas un radiocasete de doble pletina en un concurso infantil en televisión. Un auténtico hito y orgullo familiar. Poco después, nuestros padres nos dejaron pasar 48 horas juntas por primera vez. Todo un fin de semana para disfrutar sin tener que separarnos ni siquiera por la noche. Uno de nuestros muchos entretenimientos quedó registrado en un casete. Se nos ocurrió usar una cinta virgen, con muchas pegatinas, para grabar nuestras conversaciones, entrevistas de la una a la otra, personajes inventados, acontecimientos del día... Muchas veces dábamos al botón de «stop» porque había demasiados ataques de risa y quedaba poco profesional. El resultado final fue un tesoro. Comprimimos nuestra flamante amistad en 60 minutos. Con los años, la cinta se debió perder en alguna mudanza o limpieza, no así nuestro apego. Seguimos siendo las mejores amigas a pesar de que ahora nos enviemos canciones en Spotify y los casetes sean un mero recuerdo. Ayer, María estaba en el hospital y dio a luz a un niño. Bienvenido a la Cara A de la vida, Claudio Julián.
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