Violencia radical

Cualquier día habrá un muerto

El problema es que los terroristas callejeros autodenominados «antifas» son cada día más violentos y sus pacíficos objetivos están cada vez menos protegidos.

Es tan vil como precisamente fascista lo que venimos escuchando del miércoles a esta parte respecto a la emboscada que sufrieron los militantes de Vox en la Plaza de la Constitución de Vallecas a manos del terrorismo callejero alentado por Pablo Iglesias. Ahora resulta que la culpa de los terribles incidentes es de los fans del partido verde por ejercer un derecho constitucional y, faltaría más, de Abascal por osar contar los 18 pasos que les separaban de los asesinos en potencia que les lanzaban adoquines, piedras y botellas, a cual mayor. Hace falta ser un hijo de Satanás para pervertir la realidad de esa manera. Convertir a las víctimas en victimarios es algo que ha practicado y practica el mundo proetarra con Miguel Ángel Blanco, Ordóñez, Múgica y esos cientos de guardias civiles, militares y policías anónimos asesinados por la banda terrorista. Así actúa ese mundo proetarra que es primo hermano del podemita. Lo peor de todo es que haya periodistas que asumen sin rubor esa basura propagandística con la cual pretenden tomarnos por gilipollas integrales al resto de los ciudadanos. Más allá de todo eso, el problema es que los terroristas callejeros autodenominados «antifas» son cada día más violentos y sus pacíficos objetivos están cada vez menos protegidos. Cierto es que las UIP, lo que toda la vida de Dios se ha conocido como «antidisturbios», que son los mejores de de Europa en lo suyo, se bregan a fondo cuando Vox ejerce el derecho de reunión. Pero no lo es menos que sistemáticamente hay heridos del lado verde porque los mandos políticos envían pocos efectivos y porque a los que van les tienen prohibido actuar con la contundencia que merecen los terroristas callejeros. Por una sencilla razón: los jefes de esta gentuza están en el Gobierno. El objetivo de estos salvajes, de sus gerifaltes podemitas y de los que lo consienten es que los simpatizantes de Vox se asusten. Que sean víctimas de ese pánico y ese miedo invencible que provocaba en el País Vasco que los constitucionalistas se quedasen en casa y/o no se metieran en política. Esa dictadura silenciosa, que ahora es la marca de la casa en Cataluña, se quiere extender al resto de España. No lo olvidemos: quienes impusieron la una, Bildu, y en estos momentos la otra, ERC, son la misma mierda que Podemos. Intolerancia matonil. Totalitarios que anhelan la eliminación física o civil del discrepante. El drama es que la virulencia contra Vox, jaleada desde la Presidencia del Gobierno con ese sambenito tan falsario como demonizante, «la ultraderecha», va a más. Y el cómplice Marlaska no quiere ponerle fin. Cualquier día habrá un muerto. El muerto que buscan los terroristas callejeros. Un adoquín o una piedra de 6 ó 7 kilos de peso se transforma en arma letal si impacta en una zona sensible de la cabeza. Y olvidar nuestra historia nos puede condenar a repetirla. No está de más recordar que el asesinato de Calvo-Sotelo, como el anterior de José del Castillo, fueron las espoletas que activaron una guerra fratricida que se cobró la vida de medio millón de españoles. El día que estos asesinos en potencia tengan encima de la mesa el cadáver que buscan, el enfrentamiento civil generalizado estará servido. Estas armas las carga el diablo. Con coleta o sin ella.