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Turquía

Detrás del sofá

«Ankara nos da la medida de la paradoja europea: su debilidad es su grandeza»

En el «¡hum!» que se le escapó a Ursula von der Leyen, de pie, sola, en un salón de Ankara, está contenido el universo occidental. Relegada a un sofá lateral mientras sus homólogos, hombres, ocupaban las dos sillas centrales (y doradas), con el orden establecido apenas roto por alguna mirada incómoda, el daño ya estaba hecho y dio la vuelta al mundo. Hubo quien justificó su inacción en evitar la condescendencia del «mansplaining» o ese frecuente «los hombres me explican cosas», pero la parálisis colectiva, la de todos los que estaban allí, se alineó con los eternos choques de egos bruselenses y culminó en la teatralización del desplante. Aunque Turquía aspire a europeizarse con exóticos culebrones a orillas del Bósforo y arcadias de promesas capilares, se aleja a ritmo ligero del Viejo Continente en casi todo lo demás. Los otomanos acaban de abandonar el Convenio de Estambul (irónica su denominación), que intenta luchar contra la violencia de género y que no podrá frenar los datos de la ONU que indican que el 38% de las mujeres turcas sufren agresiones a manos de sus parejas al menos una vez en la vida. Los impulsos machistas allí no sorprenden: se presuponen. Pero el «Sofagate» es algo más. Mucho más. La secuencia de los máximos representantes de la UE petrificados ante Erdogan nos da una medida de la paradoja europea: su debilidad es su grandeza. Ciertos fallos protocolarios y una excesiva concesión diplomática al imprescindible socio de freno geopolítico dejan la realidad al descubierto. Ya lo auguró Schuman en su discurso fundacional en 1950: la Unión «no se hará de una vez, sino a golpes». Y este es (puede ser) uno de ellos. En cada una de sus crisis, en las que parece atisbarse el fin de un proyecto definitivamente ambicioso, se esconde, en realidad, un paso adelante. Detrás del sofá somos más Europa. Vemos el espacio exacto de la civilización al que queremos dirigirnos: uno en el que las mujeres nunca son apartadas. Y, si en algún caso ocurre, se convierte en un escándalo. Aquella princesa fenicia de la mitología griega, secuestrada por Zeus, siempre tan contra las cuerdas por sus múltiples contratiempos, avanza entre sus flaquezas. Porque sin Europa, ¿qué? ¡Hum!

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