Fútbol

Superliga: sí se puede

«Lo que quiere el aficionado es saltar del sofá como si hubiera un nido de arañas»

La guerra del fútbol se pone interesante. Ha entrado Podemos a pontificar y a politizar a su manera el asunto, como si fuera tema de la campaña electoral, y me han entrado ganas de jugar una pachanga con Pablo Iglesias, a quien aún recordamos con la camiseta republicana, y eso que que en colegio me tenían del reserva que nunca salía, por lo que aún acarreo un trauma infantil que necesita de un psicólogo urgentemente. Los detractores plantean el debate como una competición entre ricos y pobres, en lugar de entre el aburrimiento y el espectáculo. El fútbol hierve la sangre y es lo que se espera de este cambio: que levante pasiones donde antes había un páramo de mediocridades. Es como si le dijeran a la Academia de los Oscar que tiene que acoger en la competición a los filmes de relleno españoles (o húngaros) en lugar de las grandes producciones porque seguramente de tan caras son fascistas. O nos impusieran que cerraran Netflix porque no deja que en las salas respire el «cine de autor». El mundo cambia y el fútbol, que es el que lo mueve, también. La Tierra gira alrededor de un balón y se para cuando este se inmoviliza. Cuesta renunciar a los privilegios, pero ha llegado el momento de coser los bolsillos de los que se lo llevan crudo y encima andan dando lecciones de honradez y se ponen de ejemplo de salvapatrias. El negacionismo ha llegado al balompié y sus altavoces hablan como Miguel Bosé, con la voz trabada repitiendo incongruencias ante evidencias científicas tan fáciles como sumar y restar. Eso de llevar el deporte ante la lucha imbécil entre capitalistas y bienaventurados colectivistas, como si hasta ahora el dinero que mueve se lo llevara un equipo de tercera división, no es más que un intento de penalti ante el cambio con argumentos fuera de juego. La Superliga viene a recomponer la aristocracia. Puede que a algunos no les guste la excelencia pero lo que quiere el aficionado es un espectáculo que le haga saltar del sofá tal que si hubiera un nido de arañas. Sentirnos vivos y no esperar a que la muerte nos coja en el vestuario y nos meta un gol por la escuadra.