Indulto

El olvidado procedimiento democrático

En esto consiste el procedimiento democrático: en debatir con razones –no con sentimientos y menos aún con pseudo-informaciones y falsedades– en la plaza pública y en las instituciones

Los indultos aprobados esta semana por el Gobierno son, principalmente, una expresión de la suavidad con la que éste desea dirigirse a los nacionalistas catalanes, tal vez porque cree en la eficacia de cortejarlos sin herir sus sentimientos. Ello conduce a Sánchez a explorar vías ya transitadas sin resultado –lo mismo que, por cierto, hizo su predecesor Rajoy–, alejándose nuevamente del procedimiento democrático que nuestro ordenamiento constitucional recoge bajo una regulación bien precisa.

Sin embargo, ese procedimiento fue el explorado por el gobierno de Aznar cuando, en los primeros años de este siglo, los nacionalistas vascos, para honrar su acuerdo con ETA en el Pacto de Lizarra, emprendieron el camino de la independencia con el «Plan Ibarretxe». El proceso correspondiente se extendió durante casi toda una década y fracasó rotundamente. Ese plan, que no era otra cosa que una ley constitutiva de la estatalidad vasca camuflada de reforma estatutaria, se anunció en 2001, aunque tardó dos años en concretarse y uno más en ser aprobado por el Parlamento Vasco con una mayoría de tan sólo el 52 por ciento. Entretanto, el debate sobre los pros y contras de la independencia fue intenso; y ni que decir tiene que el gobierno de Aznar apoyó muy activamente a las organizaciones de la sociedad civil que se opusieron a las pretensiones nacionalistas. En febrero de 2005, el proyecto de Ibarretxe fue examinado en el Congreso de los Diputados, dando lugar a una votación en la que resultó rechazado por una mayoría del 89 por ciento. Este fracaso inspiró un intento de montar un referéndum, ya en 2008, que fue cortado de raíz por el Tribunal Constitucional. Al año siguiente los nacionalistas perdieron el poder regional.

En esto consiste el procedimiento democrático: en debatir con razones –no con sentimientos y menos aún con pseudo-informaciones y falsedades– en la plaza pública y en las instituciones representativas; en adoptar decisiones con amplias mayorías –no con las que se logran por los pelos–; y en respetar las leyes. Aznar dio una lección magistral sobre este asunto, pero su mensaje fue olvidado. Es hora de recordarlo.