Ministerio de Defensa

Sentido de Estado

Cada vez que alguien como la ministra invoca el sentido de Estado muere un fusible del 78

Dice Margarita Robles, que al Tribunal Constitucional le ha faltado sentido de Estado. A Robles, célebre por la sentencia del Caso Tommouhi (busquen, queridos, La doble hélice, de Braulio García Jaén), le parece mal que los jueces antepongan la defensa de la Constitución a un sentido de Estado que los mal pensados interpretamos como sinónimo del interés del Gobierno. Su cinismo sólo puede asumirse como variable posmoderna de lo que los clásicos y los defensores de planchar Indochina o Irak llamaron realpolitik. El sentido de Estado habría justificado la caza del hombre en el País Vasco de los patriotas del amonal y otros psicópatas con boina. El sentido de Estado viene a ser el privilegio que el caído Iván Redondo, cuando todavía pasaba por joven Rasputín de bolsillo, agita como si fuera un amuleto durante su reunión secreta con la patronal de empresarios catalanes, partidarios de la reconciliación y los indultos una vez engrasado su compromiso cívico mediante un golpe de vaselina y el correspondiente cheque europeo por vía rectal. Es lo que tiene el sentido de Estado de algunos. Tan sensible y sensitivo a los argumentos pecuniarios y tan refractario al honor.

Otra Margarita, otra cínica, Thatcher, también invocó el sentido del Estado. En su caso para apiolar asesinos y católicos por las calles del Ulster. Henry Kissinger, cuando los golpes de Estado de la United Fruit Company y la CIA, cuando los vuelos rasantes de los aviones de la muerte, la picana y las violaciones de prisioneros políticos en los sótanos de Londres 38, fue otro ilustre abogado del sentido de Estado. Razonaba de forma similar que Donald Rumsfeld, recientemente fallecido, usaba el prodigioso sentido para justificar las prisiones secretas y otras mazmorras para la tortura, de Abu Dhabi a Guantánamo. El cine de Hollywood, en su variante parafascista, que tanto gusta de analizar un schmittiano sentimental como Juan Carlos Monedero, suponemos que por afinidades ideológicas, sección Nuremberg, es otro manantial de panegíricos y apologías del sentido de Estado. El sentido de Estado funge como ese animalito oscurantista, pelín siniestro y de eficacia garantizada, a disposición de un sheriff y un juez de la horca cansados de constreñirse a las normas. El sentido de Estado fue la coartada de todos los supuestos defensores de la libertad y todos los gorilatos con toga senatorial e instintos autocráticos para resolver la complejidad humana por la vía cuartelera, tomándose la ley como quien mea e invocando un interés general que por lo visto, doctrina Robles, no puede protegerse sin traspasar los angostos cercos de la puñetera legalidad democrática, tan coñazo. Cada vez que alguien como la ministra invoca el sentido de Estado muere un fusible del 78. Los españoles deberían reaccionar con indignación ante las invocaciones de unas razones de Estado que en cualquier circunstancia y lugar prologan y nutren la arbitrariedad y la injusticia. Reclamar que los jueces antepongan la sumisión al sentido de Estado a la defensa del bastidor constitucional dice mucho, y muy poco favorable, de un gobierno que toma a sus ciudadanos por súbditos, y no muy listos.

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