Pandemia

El triunfo de la maldad

Es imposible agradecer con suficiente intensidad ese sacrificio generoso y abnegado que salvó a tantas vidas a costa de las propias

Una vez más escucho ideas viejas referidas a mantener viva la memoria y no permitir el olvido. En esta ocasión era el homenaje a los sanitarios fallecidos con motivo de la pandemia. Es imposible agradecer con suficiente intensidad ese sacrificio generoso y abnegado que salvó a tantas vidas a costa de las propias. En esta ocasión, las acertadas palabras han sido pronunciadas por una persona que admiro y respeto, que lo cumplirá como siempre hace con todo lo que dice, porque no es un político. Es nuestro rey que recordó que “entregaron lo más preciado que tiene el ser humano, su propia vida”. En este caso es el triunfo del bien. Por ello, me refiero a ideas viejas, porque es lo mismo que decían algunos políticos con respecto a ETA y ahora son frases que se pierden en la bruma del pasado. En alguna ocasión he dicho y escrito que tengo una mala opinión del género humano en su conjunto, porque la historia lo pone de manifiesto. Hemos avanzado con el tiempo, afortunadamente, pero la gente se olvida e incluso prefiere acomodarse. Es muy fácil ser cobarde para no tener problemas.

Es algo tan habitual que a veces pienso que lo normal es que triunfen los malos. ETA y sus sicarios fueron la maldad absoluta, como los nazis, los fascistas o los comunistas. Eran seres humanos movidos por la ambición, la corrupción moral y la maldad. Pero no hay que irse a los extremos porque el mal es algo cotidiano que muchas veces triunfa. Lo encontramos con personas traidoras, falsas y desaprensivas, que son capaces de cualquier actuación abyecta con tal de conseguir sus fines. Nos tropezamos con ella en la vida cotidiana cuando personas sin principios consiguen imponerse gracias a la manipulación de los sentimientos o mintiendo para perjudicar a los incautos que han confiado en ellas. Es verdad que las sociedades avanzan y se abren paso mecanismos de control, como sucede en las democracias frente a las dictaduras o incluso en las empresas con las buenas prácticas para poner coto a personas sin principios y amorales. Esto es lo que me hace confiar, a ratos, en que la maldad no se acabe imponiendo en un futuro distópico donde olvidemos a los buenos, los sanitarios, y perdonemos a los malos, los terroristas, los desleales y los mentirosos.