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Yolanda Díaz

Cartas desde Singapur: Matria

Las palabras de la vicepresidenta segunda y ministra de trabajo, Yolanda Fdez. Díaz, llegaron hasta Asia como una bala. Matria contra Patria. Freddy contra Jason. La visceralidad con la que se ha tratado y atacado el tema indica que aún estamos lejos de abandonar los roles de género. Reaccionamos ante la hoja perdiendo perspectiva del bosque. No nos damos cuenta de cómo transmitimos valores y comportamientos en nuestra forma de hablar. Cada día se utilizan frases hechas, asociaciones y palabras que destilan roles de género. A veces pronunciadas de forma inocente. Estaréis hartos de los mismos ejemplos, pero mientras prevalezcan siguen siendo válidos. ¡Sé un hombre! ¡No seas nena! ¡Eres cojonudo, la polla! ¿Por qué no hay Don Juanas? ¿Por qué un coñazo es algo aburrido? Son ejemplos que a priori pueden parecer triviales, pero erosionan día si día también los esfuerzos en materia de igualdad. Los niños lo replican, lo procesan como algo normal y esto ayuda a que crezcan dentro de roles de género que desembocan en discriminación. La propia definición que aportaba la ministra de matria caía en el mismo prejuicio: La madre cuida.

Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Está claro que el cambio de la palabra no elimina súbitamente el problema ya que el lenguaje no funciona así. Es una cuestión de uso. Nuestra lengua es lo suficientemente rica, de las más que yo conozco junto al árabe, como para que no caigamos en estas trampas sutiles que no hacen más que crear en nuestros cerebros mandatos sociales. Mandatos sociales que hacen que las mujeres subestimen sus capacidades. Palabra a palabra podemos llegar a hacer que se sientan con menos derechos que los hombres. Que esperen menos. Que no pidan demasiado. Palabra a palabra, esta falta de sentido del derecho conlleva a desigualdades en cuanto a carga doméstica, cuidado del hogar, de los niños… que termina por recaer en los hombros de las mujeres. Llegados a este punto puede que necesites leer esto: yo también conozco a hombres ejemplares y mujeres que han reventado los techos de cristal. Y, sí, afortunadamente es un legado que está cada vez menos presente, pero hemos de cuidar el lenguaje. Ser conscientes de que las palabras tienen el poder de cambiar las cosas. La fuerza para desacoplar procesos fosilizados que hacen que veamos el mundo de una forma u otra. Para ejemplificar la influencia del lenguaje en cómo percibimos el entorno he encontrado un experimento muy interesante realizado en 2003 por la universidad de Standford en el que se estudia la relación entre el sexo, la sintaxis y la semántica. En este se pide a un grupo de hispano hablantes y a otro de germano parlantes listar adjetivos relacionados con un objeto que para unos es masculino y para otros femenino. El primer ejemplo es “llave”. Para los españoles es un sustantivo femenino, por ello la definían como pequeña, dorada, adorable… los alemanes, para los que es un sustantivo masculino, la describían como pesada, dura, práctica... Con esto quiero poner de manifiesto la importancia del lenguaje en cómo percibimos el mundo. No hay que perder el Norte. Basta con aplicar el sentido común. Algunas de nuestras expresiones cotidianas pueden llevar a que entendamos nuestro entorno de determinada manera y que hombres y mujeres busquen realizarse dentro de las imposiciones del lenguaje. Por ejemplo, el hombre tenderá a realizarse en el dominio y la fortaleza si interiorizamos frases como las mencionadas anteriormente. No dan opción a que podamos llorar tranquilos y mostrar nuestra sensibilidad. Lo mismo para las mujeres. Las palabras son importantes. Cuidémoslas.

No hace falta maltratar al diccionario ni romper lazos con todo lo heredado. La lengua vive. Evoluciona. El ritmo lo imponemos entre todos. Considerando que la realidad de la mujer cambia de forma acelerada a partir de la transición podríamos esperar que este tipo de frases hechas que implican roles de género estuviesen ya desestimadas y que el lenguaje hubiese absorbido esta realidad. Hasta que este evolucione habremos de tener presente lo que nos decían de pequeños nuestros abuelos: “Niños, ¡cuidad esa boca!”

P.D: España, te echo de menos

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