Economía

Larramendi, un gran emprendedor del siglo XX

Con su potente brújula interna crea un auténtico estilo de «dirección de personas», convirtiéndose en un auténtico precursor de la llamada «dirección por valores» en la empresa

Cada vez más las investigaciones sobre el crecimiento y el progreso económico de los países tienden a centrarse en el análisis de las personalidades concretas que lo protagonizaron en cada momento. Porque el estudio de las mismas y sus valores, obras y pautas de comportamiento, resultan indisolubles del periodo y entorno histórico en que desarrollaron su actividad, y con la generación de individuos con quienes les tocó vivir. También porque la estructura de la economía tiende a reproducirse a sí misma, y la gestión empresarial tiende en ocasiones a transformarse en actividad rutinaria que repite inercialmente técnicas y combinaciones de insumos, destinados a la obtención de parecidos bienes o servicios. Lo que hace que tendamos igualmente a situarnos como en un lánguido punto de partida. Como en una situación cuasi estacionaria, de las que denominamos en economía de equilibrio de tipo walrasiano. Y estableciendo una determinada curva que llamamos «frontera de posibilidades de producción» de acuerdo con las capacidades o factores productivos hasta entonces conocidos y utilizados.

Para acabar con dichas rutinas llega la figura del empresario, del innovador. Es ese equivalente del «héroe» de las novelas de caballería del universo mental del medievo europeo. Ese personaje de frontera, que se atreve, se esfuerza, lidera, arriesga, lucha, y que a partir de un cierto momento llegó a transmutarse en la figura del «empresario» que se consolida desde el siglo XIX en el mundo occidental, y que también se atreve, arriesga, innova, contrata, invierte, coordina factores. Es el «rompedor» o «destructor de lo viejo», que decía Schumpeter. El personaje es distinto, pero el «tipo de persona» tiende a ser siempre el mismo. Es el «emprendedor» que gusta denominar la Comisión Europea en su estrategia Europe 2020.

Así, el progreso social, el avance de los países, se produce como consecuencia de una ruptura con el método convencional mediante esa «innovación» que llamamos «acto empresarial». De hecho, al poner en práctica una nueva tecnología, forma organizativa o cualquiera otra innovación o cambio, se produce un desplazamiento hacia arriba de la curva de la función de producción. Y, por extensión, también de todo el país que conduce, y alcanza, con su población una nueva «frontera de posibilidades de producción» susceptible de incrementar no sólo el PIB del país sino la renta per cápita de sus propios ciudadanos.

España venía en 1931 de un demostrado ciclo largo de crecimiento económico que, sorpresivamente e iniciada la gran depresión, se tuerce políticamente con un cambio de régimen que desembocará también en aquella guerra civil europea 1936-1945, fruto del «crack» del 29. Una mayoría de los delegados provinciales de una naciente y modesta mutualidad agraria española (Mapfre) serían asesinados (32) entre la revolución armada antirepublicana de 1934 y 1939. Y que a duras penas irá luego perviviendo hasta casi la quiebra en 1955 que un tal Hernando de Larramendi, hasta entonces modesto inspector superior de seguros del Estado por oposición, abandona la administración e inicia su reflotamiento. Con su potente brújula interna crea un auténtico estilo de «dirección de personas», convirtiéndose en un auténtico precursor de la llamada «dirección por valores» en la empresa. También con su vena innovadora se convierte en un pionero en la introducción de las TIC’s en el sector asegurador español. En adelantado, asimismo, del «compliance», así como del proceso de internacionalización de la empresa española, al margen de cualesquiera teorías al respecto, sentando las bases de su extensión global por América, Europa,… y hasta Filipinas, llevado de su propia intuición, hasta acabar convirtiéndose en la primera multinacional española del sector. Adelantado también con sus variadas fundaciones, de lo que hoy llamamos «Responsabilidad Social Corporativa». Con su base diferencial en el humanismo cristiano asociado a su fidelidad al Tradicionalismo político inculcado por su padre. Y que en su versión más idealizada y moderna identifica con la tradición institucionalista y de la «common Law» del sistema constitucional británico. Su extensa obra escrita, ahora recopilada, proporciona una idea no sólo de sus conocimientos actuariales sino sobre la variedad de materias que entraban en el radar de su pensamiento y preocupaciones. Sobre el papel del directivo, el emprendimiento, la relación empresa-sociedad-universidad y otros. Además de sus propias creencias vitales, y su fuerte motor interior plasmado en sus conocidas como «Perlas Larramendianas». Aspectos todos que contribuyen a explicar la mística de su gran triunfo empresarial que España pudo contemplar sorprendida en un sector tan desconocido como el actuarial, presentado como «caso de éxito» para escuelas de negocios y facultades de economía del mundo.

En este centenario de su nacimiento merece ser recordado este gran impulsor de la España del último cuarto del siglo XX. Equivalente en el sector asegurador a los quizás más conocidos de la ingeniería, el editorial, el bancario, o el de las infraestructuras, por citar algunos. En todo caso, un buen ejemplo de España y su circunstancia. La de ese gran emprendedor, humanista, mecenas y patriota que fue Ignacio de Larramendi Montiano.