Volcán

Impermanencia

El gobierno está donde tiene que estar, con la gente que necesita que esté

Lenguas de fuego sólido arrasan lenta pero implacablemente lo que encuentran a su paso en la isla canaria de La Palma. Casas, cultivos, ganado, seres vivos y recuerdos que lo seguirán estando pese a que la voracidad de la lava enterrará para siempre los objetos que los encarnaban. Ayer la gente corría en Todoque tratando de salvar lo más posible. Un bombero le dice a una mujer, sentada ya en el coche frente a su casa que empieza a devorar la lava, que tiene que irse, que tiene que abandonar el lugar. La mujer lo mira en silencio, oculta la angustia tras una mascarilla, como ida, fuera de allí y al mismo tiempo incapaz de moverse de su casa. Lo siento, le dice él; y sentencia: lo primero es la vida. Una montaña negra está enterrando todo lo que es y ha sido.

Es una destrucción lenta e imparable, porque no hay forma humana de detener el curso del volcán. Me pongo, como usted, imagino, en los zapatos de quienes ven cómo la enorme lengua negra terrorífica, de entraña incandescente, hace desaparecer lo que era eterno, permanente.

Pero nada lo es. Ni para Heráclito en cuyo río entraba un hombre que al salir ni lo hacía de las mismas aguas ni era la misma persona, ni para Antonio Machado, que cantó que lo nuestro es pasar.

Nada es para siempre: ni el amor, ni los paisajes, ni siquiera el suelo que pisamos.

En momentos en que la tierra nos lo dice con la ferocidad con que estalla el volcán en La Palma, es cuando la conciencia de nuestra fragilidad exige solidaridad y consuelo, apoyo y ayuda más allá de la palmada en la espalda y la tristeza compartida.

Por eso la acción de Pedro Sánchez de acudir el mismo domingo al lugar del desastre es mucho más que un gesto plausible de quien tiene la responsabilidad de gobernar. Naturalmente que es de considerar, merece aplauso por la celeridad y oportuna presencia, pero hacerlo era una exigencia moral inexcusable del administrador principal de la cosa pública. NO haberlo hecho, en las circunstancias que empezaban a vivirse y se viven ya, habría sido inaceptable.

El gobierno está donde tiene que estar, con la gente que necesita que esté. Indelicadezas de la ministra de Turismo aparte, es de agradecer que en España y en Bruselas se haya reaccionado con celeridad a las necesidades que ya se vislumbran. La isla de la Palma se encamina lenta e inexorablemente, como la lava al mar, a la ruina por la acción del magma y la cobertura contaminante de las cenizas. La agricultura, basada en el plátano, va a desaparecer en un porcentaje que aún está por medirse, pero sin duda alto. Ni siquiera se han podido salvar plataneras porque era imposible llegar hasta ellas por carretera o por mar.

Nuestra fragilidad, la verdad de la impermanencia frente a la ensoñación de lo perenne, nos condena a necesitarnos unos a otros. En momentos así es cuando se pone en valor la fuerza de un Estado y la solidaridad de quienes lo integran. Desde el gobierno, desde las instituciones y desde la población.

Ahora toca apretar y no olvidarnos, después del primer impacto, del dolor que brota en la isla. Aunque me malicio que la permanencia del volcán nos dificultará enterrar en el olvido el desastre que provoca.