Volcán

¿Espectáculo o tragedia?

«Es un ejemplo de frivolidad y, peor aún, de desprecio hacia los afectados»

La erupción del volcán de Cumbre Vieja, en la isla de La Palma, ha sido considerada por la ministra Reyes Maroto como un «espectáculo magnífico». Tal fue su primera reacción ante el acontecimiento; eso sí, antes de darse cuenta de que había metido la pata –algo que no es insólito en ella– para, a continuación, pedir disculpas de esa manera poco creíble que en nada descalifica su intervención inicial. Algunos comentaristas lo han considerado suficiente –tal vez por lo poco común de tal situación en un gobierno acostumbrado a mostrarse arrogante–, aunque yo no lo comparto porque improvisar todo un programa de política turística para «que la isla se convierta en un reclamo» para viajeros que «puedan disfrutar de algo inédito … en primera persona», sin haber mencionado para nada el destrozo provocado por el volcán, me parece un ejemplo de frivolidad y, peor aún, de desprecio hacia los afectados. A alguno tal vez esto último le pueda parecer un juicio excesivo, pero no tengo otra forma de interpretar las palabras de la ministra cuando señaló que «lo más importante ahora es dar tranquilidad a los turistas».

La de las mujeres y hombres sufrientes que lo pierden todo –su patrimonio material y espiritual– es siempre una tragedia. Y esto es lo que ha venido ocurriendo en los últimos días en la zona arrasada por la corriente de lava que inexorablemente ha ido destruyendo todo a su paso, de manera que las viviendas, las infraestructuras, las explotaciones agrarias o los lugares entrañables para sus habitantes se habrán perdido para siempre. Los escritos antiguos que dan cuenta de los fenómenos de esta índole apuntan siempre el sobrecogedor sentimiento de quienes los observaron ante la fuerza indomable de la naturaleza y señalan el espanto que les obligaba a huir para no perecer ante ella. El pormenorizado relato atribuido a Ginés de Castro y Álvarez sobre la erupción que tuvo lugar en Lanzarote en 1824 habla del «horroroso espectáculo» del volcán y de «las ruinas que amenazaba». ¿Qué ha cambiado desde entonces para que una ministra insensible y torpe trastoque el horror en maravilla?