Política

Pícaros

En este escenario global de circo político, hay un campeón imbatible, Pedro Sánchez

Hay un tipo de seductor capaz de construir su propia marca y venderse con éxito sobre el cimiento de un manejo brillante del lenguaje y un juego inteligente con el aspecto físico. La pinta es muy importante a la hora de embelesar a un público. Una labia potente viaja más cómoda en compañía de una presentación convencionalmente agradable. Quien sabe hablar para convencer añade un plus a su éxito si además es majo o maja. Los que se manejan con soltura en el juego de la política, sean o no profesionales de la cosa, ensalzan a menudo el valor de las formas, más eficaces casi siempre que las ideas. Más aún en este tiempo de mensajes cortos, flojos pensamientos y comunicaciones rápidas y de vida corta. Importa más el impacto de una palabra, lo afilado de una expresión, que una tesis bien trabada e incluso un proyecto de futuro. El estrépito es más rentable que la palabra, el ruido pesa más que las nueces.

En un ecosistema construido sobre esta geografía social, el seductor clásico de verbo ágil y buena planta, el pícaro timador de toda la vida, emerge sin dificultad para colocarse en el centro del círculo de la atención y hasta del respeto. Si además demuestra habilidades fuera de lo común entre los suyos, es capaz de hacerse con un plantel de entregados seguidores que no se decepcionan ni al descubrir los engaños.

En la política española se ha interiorizado una forma de actuar muy en esa línea de hablar, prometer, comprometer, debatir en corto y con filo pero sin sustancia, y si llega el momento decir digo donde se dijo Diego y aquí paz y después gloria.

Los debates parecen más uno de esos duelos de raperos –batallas de gallos, creo que lo llaman– que intercambios de ideas. La seducción de los partidos no viene de los proyectos de futuro, sino del interior de la entraña emocional. Todo es veloz, banal, e inconsistente.

Pero hay que reconocer que en este escenario global de circo político, hay un campeón imbatible, Pedro Sánchez. En realidad, este ecosistema parido por una sociedad enganchada en redes de pensamiento acrítico o sin sedimentar, es perfecto para el desenvolvimiento y desarrollo del sanchismo, que es una práctica basada en la inconsistencia de la palabra, la ausencia de criterio global y una admirable capacidad para subvertir la realidad en beneficio propio. O sea, el carácter del pícaro de toda la vida, pero adaptado al mundo de redes sociales.

El problema es que ahora se enfrenta Sánchez a un dilema de difícil solución y a un tiempo incierto que va a exigir concretar mucho más y cumplir los compromisos. La crisis económica post covid, con el encarecimiento de precios y la ralentización del comercio mundial, va a abrir un espacio político nuevo en el que no va a resultar tan fácil sobrevivir en un andamio sin base manejando los platillos.

Hoy tiene delante la reforma laboral que le vendió a Podemos frente a la reforma laboral que vendió en Europa. Y no va a ser fácil aunarlas. No es lo mismo derogación que modernización. Y llegará un momento en que tenga que irse por un lado o por otro. A ver cómo resuelve el equilibrio.

Ya llega desde la izquierda un aviso de preocupación. El mundo viaja rápido, el ecosistema de insustancial celeridad se mantiene y crece. Pero tampoco aquí se puede engañar a todos todo el tiempo. Ni siquiera a los más entregados o sedientos.