Opinión

La deriva rusa

El cierre de Memorial muestra el creciente control de la sociedad

La decisión del Supremo ruso de que se proceda al cierre de Memorial, organización de derechos humanos, es una etapa más en el camino que desde hace tiempo este país ha iniciado y que conducirá a un mayor control de la sociedad civil por parte de las autoridades. Esta decisión que tiene un carácter interno, pero con proyección internacional, pone de relieve uno de los aspectos que mejor definen la acción exterior de Rusia.

La política exterior de Vladimir Putin está orientada a tener un papel protagonista en la escena internacional. Y, para ello, precisa ejercer el poder más amplio posible en su zona de influencia. El logro de estos objetivos tiene probabilidades de mayor éxito en la medida en que las autoridades de Moscú ejerzan un extenso control interno, de acuerdo con los criterios ideológicos del Gobierno.

Sin embargo, estos postulados serían contrarios a los requerimientos que determina el Consejo de Europa, es decir, el respeto de la democracia y los derechos humanos. De continuar en su línea de actuación, el comportamiento de Rusia es probable que sea examinado por esta organización europea y que se lleguen a adoptar algunas medidas.

Pero lo más preocupante es que un país de tanta envergadura parezca dispuesto a consolidar una línea contraria a los criterios estrictamente democráticos. Una vez más, se advierte la fragilidad que la democracia tiene en el orden internacional y ello trae aparejado la inobservancia en relación con los derechos humanos.

El cierre de Memorial supone un retroceso relevante y, de continuar en esta dirección, abocará a Rusia a una situación contraria a los principios que deben regir en la comunidad internacional. No cabe descartar que las autoridades ignoren las exhortaciones de otros Estados y de organizaciones internacionales y que la sociedad civil en Rusia se vea sometida a comportamientos similares.