Historia

Más se perdió en Cuba

El Desastre no fue económico ni social, al revés de lo que se pensó entonces y después, pero sí hubo una consecuencia nociva: el auge del nacionalismo separatista en nuestro país

Setenta años antes de la Guerra de Cuba, en las guerras de independencia, se perdió en América una impresionante extensión desde lo que sería Estados Unidos hasta la Tierra del Fuego. Y, sin embargo, no se habló de desastre. Parece haber un solo Desastre con mayúsculas en nuestra historia, y es la pérdida de Cuba.

Es un caso notable, que estudia el profesor hispano-mexicano, Tomás Pérez Vejo, en “3 julio 1898. El fin del imperio español” (Taurus). Subraya que ante las independencias de principios del siglo XIX la opinión pública española prácticamente no se inmutó, mientras que “la pérdida de un puñado de islas en el Caribe y el Pacífico, apenas las migajas de lo que había sido el antiguo imperio, ocasionó uno de los grandes dramas colectivos de la historia contemporánea española”.

La diferencia estriba en que los territorios independizados antes no habían sido colonias: “Ayacucho en 1824 representó la pérdida para una monarquía, mientras Santiago de Cuba en 1898 lo fue para una nación, es decir, para todos los ciudadanos de esa nación”. Lo que se registra a lo largo del siglo XIX es la compleja transición de imperio a nación, con lo cual al principio “la ruptura fue con el rey católico, no con España, algo que las propias declaraciones de independencia americana repiten de manera reiterativa”. De ahí la aparente paradoja de que, en 1910, cuando se celebró un siglo de las independencias, “lo que se escenificó, desde México hasta Argentina, fue el reencuentro con la antigua madre patria”. Existe un paralelismo entre eso y lo que se decía después de “Más se perdió en Cuba”, que era: “y volvieron cantando” (como titula su columna en La Razón Julián Cabrera). Esto, según Pérez Vejo, puede indicar el orgullo por el valor español o el alivio por el fin de la guerra; analiza el conflicto con perspicacia en todos sus frentes, incluidos los políticos, la prensa y la opinión pública, a medida que se van tomando las decisiones de una guerra que, tras la intervención estadounidense, todos sabían se iba a perder.

El Desastre no fue económico ni social, al revés de lo que se pensó entonces y después, pero sí hubo una consecuencia nociva: el auge del nacionalismo separatista en nuestro país, apoyado en la equivocada idea de una España decadente.