
Tribuna
Entre el agua y el fuego
Nos quemamos todos, aunque no en la misma medida en términos materiales, absolutos o relativos. Ni tampoco espirituales. La percepción es muy distinta para quienes sufren y pelean contra el fuego, y quienes lo telecontemplan
España se refleja casi siempre en sus extremos, hasta en los desastres. Representados estos últimos, en octubre de 2024 y agosto de 2025; levante y poniente, agua y fuego. Rodeada en verano por millones de españoles y extranjeros amontonados en una franja de pocos centenares de metros, a lo largo de su perímetro costero. En contraste abrupto el interior, la mayoría del territorio vacío y vaciado de gente. Salvo unos pocos baluartes urbanos, que mantienen abierto al ralentí el otro negocio; el de los que administran la «finca». Por todas partes la única fauna sin peligro de extinción, la de los políticos; ensayando sus ya habituales broncas, con las que buscan entretener al personal.
Sin embargo, más importante que lo acontecido, acaba siendo el relato de los sucesos. Corren con ese encargo varios centenares de «analistas», algunos, con autoridad académica y buen criterio, como R. Tamames y J. Lamo de Espinosa, pero la mayoría al dictado. El resto de los millones de bípedos humanoides forman y conforman millones de opiniones, fundidas en dos bloques impenetrables e incomunicables. En resumen, la culpa es de los otros, bien sea el gobierno, unas u otras de las 17 comunidades autónomas, las 41 diputaciones provinciales, los 8.132 ayuntamientos … o la oposición, donde corresponda.
Arde, apenas sin barreras, la tierra vaciada de sus gentes. También sus casas. Nos quemamos todos. Hasta la médula, en singular y en plural. A propósito de esta terrible realidad suena, como metáfora impresionante, el nombre de un paraje patrimonio de la humanidad, «Las Médulas». Encrucijada de belleza, tradición, memorias (personales y colectivas), ilusiones y recuerdos, abrazados en la frontera del mito y la magia, que arde hasta el fondo de su historia. La de su naturaleza y la de sus gentes. Se queman Galicia, Extremadura, Andalucía, Asturias, y … sobre todo, Castilla y León, el alma de España. Nos quemamos todos, aunque no en la misma medida en términos materiales, absolutos o relativos. Ni tampoco espirituales. La percepción es muy distinta para quienes sufren y pelean contra el fuego, y quienes lo telecontemplan.
Dejábamos a Sánchez, en nuestra anterior Tribuna, faenando en La Mareta, incapaz de suspender su ocupación esencial «mantenerse en el poder». Como sea. Ante la devastación asomada en las pantallas del televisor, Sánchez acudió a la Península desde su retiro con el valor y la prudencia, que ya había demostrado sobradamente. Tardó más de una semana en aparecer en las zonas ¿próximas? al fuego. O sea, elegir el enclave institucional adecuado, o institucionalizado para la ocasión; es decir, para la foto. Unos minutos aquí, otros allá, … ¿para qué más? si ya traía la imagen borrosa a vista de helicóptero y la solución urbi et orbi, concretada en dos medidas: lucha contra el cambio climático, panacea universal como el ungüento amarillo, la discusión vacía, o la Coca Cola. Y promesa de grandes ayudas a los afectados. Lo primero falso, lo segundo también.
Ante los siniestros, una cierta exigencia regeneracionista. Reivindicación que busca respuestas más solidarias y eficaces. En la bisagra del Ochocientos al Novecientos, y primeras décadas del siglo XX, se alzó un clamor contra los males de la patria: la vesania, el burocratismo, la mentira, la pésima gestión política, el vandalismo, …señalados ahora también ante el desastre de los fuegos. Se pedía ayer y hoy una política pedagógica. La regeneración material, intelectual y moral habrá de pasar por el conocimiento del medio ambiente. El pueblo español se caracteriza, por lo contrario. En España, en estas cuestiones, toda la gente es vulgo, escribía Reparaz hace un siglo. También Costa, Altamira, Azorín, … coincidían además en que no se puede amar a nuestro país, o no lo amaremos bien, si no lo conocemos.
Mas allá de los factores socioeconómicos: abandono de tierras de cultivo, políticas económicas que fomentan la despoblación rural, falta de prevención con reducción de inversiones en este apartado, urbanismo excesivamente expansivo, etc.; no obstante, el problema más grave sería la ignorancia. ¿Cuántos de nuestros jóvenes y no tan jóvenes son capaces de distinguir un tipo de árbol de otro? O ¿qué papel juegan arbustos y plantas herbáceas en el inicio y propagación de los fuegos?.
El problema forestal resulta muy complejo en la Unión Europea debido a la diversidad de clima, suelo, altitud, topografía. España, tercer país en extensión forestal, tras Suecia y Finlandia, constituye buen ejemplo al respecto. El entorno vegetal que nos rodea es producto de la intervención humana, así ocurre con más del 90% de nuestros bosques. La diversidad hace que la UE no tenga una política forestal común. Sus cientos de leyes, reglamentos, decretos, resoluciones, comunicaciones surgidas de la Comisión, Consejo, o del parlamento, alcancen un nivel de burocratización excesivo, tendente a favorecer el ecologismo radical.
Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España
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