Historia

Los cañones de enero: la Guerra del Peloponeso y Ucrania

Sánchez está actuando con el mismo entusiasmo de Aznar en las Azores sin que se echen multitudes pacifistas a las calles

Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña

Cuando uno contempla la actual crisis ucraniana y el riesgo de conflicto bélico que estamos viviendo en este mes de enero, lo primero que se le viene a uno a la cabeza es ese gran clásico de la literatura histórica, el libro de Barbara Tuchman, Los cañones de Agosto, donde se analiza magistralmente el cúmulo de despropósitos y errores de cálculo que condujeron al estallido de la Primera Guerra Mundial.

El último párrafo de Los cañones de Agosto reza así: «La víspera de la Batalla (del Marne), Joffre afirmó ante sus soldados que no cabía la posibilidad de mirar hacia atrás. Una vez concluida ésta, lo que no había era vuelta atrás». Como en enero de 2022 aún hay escapatoria, lo que queremos es precisamente volver la vista atrás, a la historia, para intentar comprender mejor qué es lo que está sucediendo. Y para ello, en lugar de mirar a agosto de 1914, me parece más clarificador volver la vista al siglo V a.C., a la Guerra del Peloponeso.

Este conflicto no solo ofrece paralelismos, tan interesantes como sorprendentes, con el escenario geopolítico occidental posterior a la Caída del Muro de Berlín, también cuenta con la enorme ventaja de ser narrado por el mejor historiador del mundo clásico: Tucídides.

La mirada clarividente de Tucídides, el primer gran historiador en hacer análisis politológico, nos permite comprender las relaciones de poder que se escondían detrás del conflicto entre Atenas y Esparta. Tucídides, a pesar de su condición de ateniense, postula que el estallido de la Guerra del Peloponeso fue provocado no por Esparta, sino por la política implacable de agresión conducida por el propio Pericles.

Más aún, en la Atenas de Pericles, algunos políticos belicistas llegaron al extremo, como Cleón, de llevar a votación de la asamblea popular el que se adoptaran estrategias de exterminio masivo, incluyendo mujeres y niños, contra las ciudades rebeldes de la Liga de Delos. Lo que se aprobó por sufragio. Tal y como ha apuntado el gran helenista francés Robert Flacelière, «en la actualidad se tiende a pensar que los regímenes democráticos son más pacíficos que las dictaduras. No ocurría lo mismo en la Antigüedad, donde la democracia ateniense, al menos en tiempos de Pericles, se mostró belicosa, conquistadora e imperialista».

También la evolución histórica de la Liga de Delos ofrece llamativos paralelismos con la reciente y preocupante mutación de la OTAN. Fue esta originalmente una Alianza militar en defensa de la libertad, explícitamente defensiva, dirigida contra el peligro soviético que estaba sometiendo al rodillo totalitario el Este de Europa.

Pero mucho me temo que en los últimos tiempos la OTAN se haya convertido en un instrumento del imperialismo «democrático» norteamericano. Si la Liga de Delos nació al final de las Guerras Médicas para frenar el expansionismo persa, para luego convertirse en una Alianza imperialista sometida al diktat ateniense, actualmente el modelo «neocon» de expansión urbi et orbi de la democracia liberal de corte anglosajón («revoluciones naranja») y su consiguiente extensión de las fronteras de la OTAN hasta las áreas de tradicional influencia rusa, recuerda punto por punto la temeraria política de Pericles que desembocó en la tragedia de la Guerra del Peloponeso.

Obviamente, el papel que juega ahora la Rusia de Putin, cuyo régimen tiene aspectos tiránicos, también recuerda a la Esparta militarista y autoritaria, esa ciudad-cuartel armada hasta los dientes. Ahora bien, y aquí está el quid de la cuestión, paradójicamente la polis de Lacedemonia no era una potencia expansionista. La marcial Esparta del siglo V a.C. buscaba, como sucede con Rusia respecto al espacio de la antigua URSS, mantener su esfera de influencia sobre el Peloponeso frente al expansionismo ateniense. Pero no extenderlo más allá de esa península.

Quizá convendría preguntarse si España está jugando en esta crisis un papel parecido al de las ciudades de la Liga de Delos. Tucídides explica cómo los miembros de la Liga de Delos pasaron de ser «aliados» de Atenas a ser tratados como «subordinados» (hypékooi: I, 117, 3). Como ocurría en las poleis de la Liga de Delos los demagogos populistas de ahora (la Izquierda indefinida), sacan a relucir toda su verborrea pacifista, pero luego acatan las órdenes del hegemon norteamericano. De hecho, Sánchez está actuando con el mismo entusiasmo de Aznar en las Azores sin que se echen multitudes pacifistas a las calles. En esta ocasión todo este belicismo gubernamental, menos justificado éticamente que en el 2003 porque Putin no gasea a su pueblo como sí hizo Sadam Hussein, no encuentra resistencia efectiva en la Izquierda.

Sea como fuere, lo cierto es que no hay un Archipiélago Gulag en la Rusia actual. Es un régimen autoritario como tantos otros en el mundo actual. La reductio ad Hitlerum está tan manoseada que ya no funciona para justificar esta guerra y Kiev no es Dantzig.