Pedro Sánchez
Sánchez el afortunado. O no
La deslealtad de sus costaleros parlamentarios ha dejado al Presidente del Gobierno en evidencia y a un paso de arrastrarse a los pies de los caballos
No sale Tomás de su asombro ante el espectáculo que acaba de contemplar en el Congreso de los diputados. Ha visto por primera vez el desconcierto, y hasta el sudor frío a punto de rodar por la frente del presidente del Gobierno y sus dos vicepresidentas. Acaba de anunciar la presidenta de la cámara, Meritxel Batet, la mayor derrota política de un gobierno que se recuerda en estos tiempos modernos y la tricefalia que lo encabeza expresa, con una transparencia que no mitigan ni las mascarillas, la violencia del golpe cuyo origen y consecuencias desconocen en ese momento. ¿Cómo que ha quedado derogado el decreto? ¿Cómo que no se convalida la Reforma Laboral? Es imposible –hay un mirarse ansioso entre Sánchez, Díaz y Calviño, una parálisis anímica a duras penas contenida por gestos que buscan ser medidos pero revelan algo cercano al pánico– porque estaba todo atado antes de la votación. Se ha confundido Meritxel, va a ser eso. Un siglo después, eso debió parecerle al Gobierno, la presidenta de la Cámara rectifica y anuncia que los servicios de la Cámara le acaban de informar de que sí, que el decreto ha sido convalidado. Observa entonces Tomás la reacción de euforia rayana en lo desmedido de quienes acababan de recibir un crochet de derecha demoledor y escuchan el veredicto de victoria del árbitro. Su celebración es casi tan jubilosa como la de la bancada de la derecha instantes antes, cuando se daba por no convalidado el decreto.
Han ido por barrios, como un péndulo de luz de un lado a otro del hemiciclo, la alegría y la frustración. Al final, se queda la primera en el Gobierno y la segunda en la bancada opositora.
Sigue Tomás por la radio el recorrido posterior de la historia de tan sonoro arranque y va in crescendo su estupor. Resulta que dos diputados de UNP, cuya dirección acordó con el Gobierno votar a la reforma, han ejercido el voto contrario. Y para dar más alimento al vodevil, cuando la oposición tenía ya ganada la partida gracias a lo inesperado de ese cambio –inclinaba definitivamente la balanza hacia el no– devuelve la pelota al Gobierno un error de votación telemática del diputado popular Casero. Poco lo ha sido, ironiza Tomás consigo mismo, puesto que le ha dado la victoria al contrario.
Luego se monta el lío, se sabe que quiso subsanar su error presentándose en el Congreso a votar –los votos telemáticos se recogen mucho antes de la votación presencial– pero no le dejaron y se desvela también que la presidenta Batet se sorprendió de su insistencia cuando iba a dar igual, no iba a cambiar el resultado según las cuentas que ya se hacía el Gobierno y su partido a la vista de los pactos conseguidos. Ignoraba la presidenta lo que probablemente sí sabía el diputado: que su voto era fundamental, esencial, el que inclinaba la balanza del lado del Gobierno porque ya descontaban los de UPN. Por eso removió Roma con Santiago intentando desfacer el entuerto.
De ahí el júbilo exagerado de los diputados del PP ante el primer error de Batet. De ahí su decepción cuando se corrigió. Ellos tenían la verdadera combinación de la caja fuerte y se aprestaban a hacerse con el botín político.
Pero falló la siempre delicada combinación entre hombre y máquina. O digamos que el gesto humano que abría la puerta de la victoria no contó con el concurso de la máquina deshumanizada.
Los diputados de UPN fueron humanamente desleales a su partido. Probablemente en la línea de lo que piensa su electorado, pero rompieron una norma que se supone debían respetar. Si en España no hay listas electorales abiertas y los candidatos se ubican en función de criterios de partido, es a su partido a quien deben lealtad. Si no quieren que así sea, que impulsen de una vez un cambio en el sistema electoral: listas abiertas, candidatos señalados por la ciudadanía, no por el aparato partidario. Quizá fuera más democrático, pero se malicia Tomás que no lo hacen porque eso a los partidos les da miedo: pierden poder. No vale coger el balón como en el rugby cuando se está jugando al fútbol.
La otra gran lección de la ópera bufa que pudimos ver el jueves en directo, se le antoja a Tomás que es la debilidad extrema en que queda un Pedro Sánchez a quien la deslealtad de sus costaleros parlamentarios ha dejado en evidencia y a un paso de arrastrarse a los pies de los caballos. Habría sido una derrota histórica para todos. Quizá más para Gobierno, sindicatos y patronal.
Ha tenido suerte Sánchez con el error del diputado popular, pero ha quedado desnudo y a la intemperie al evidenciarse que fuera de esos apoyos de los grupos que pretendía domesticar para sí, no hay vida política. Las costuras del acuerdo alternativo que consiguieron tejer saltaron al primer tirón.
Sánchez el afortunado es hoy más débil que nunca y está, como nunca, en manos de sus desleales costaleros del bloque de investidura.
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