Guerra en Ucrania

Exhibición impúdica

Curiosa coincidencia, o quizá no tanto, entre extrema derecha y extrema izquierda: poner peros ideológicos o argumentos ligeros a una intervención histórica tanto en el fondo como en la forma

Diana cierra el libro cuando escucha de fondo en la radio el revuelo que se ha montado en Grecia porque el presidente ucraniano Zelenski dio la voz durante su alocución ante el parlamento a un soldado que resultó ser miembro de un batallón supuestamente neonazi. El Azov, que está en Mariupol defendiendo la ciudad costera del devastador asedio ruso, es un grupo que nace en el año 2014, fundado por militantes de Patriotas de Ucrania, una formación de extrema derecha que se organizó para combatir los movimientos separatistas en el este del país. Con el tiempo, el batallón, renovado y profesionalizado, terminó convirtiéndose en una unidad regular, integrada en la Guardia Nacional, y perfectamente asimilable a cualquier grupo especializado o de élite, como los que existen otros ejércitos o policías del mundo. Solo la propaganda rusa y sus terminales de propaganda en occidente, sostienen el discurso que asimila el Azov con el nazismo. De hecho, el soldado al que Zelenski consideró oportuno dar paso por ser de origen griego, explicó con orgullo que su abuelo había combatido a los nazis en la Segunda Guerra Mundial.

Diana conoce esa historia del batallón Azov desde que los rusos trataron de justificar el ataque al hospital infantil de Mariupol en que allí se ocultaban algunos de sus miembros. Se preguntó quiénes eran, y buscó respuesta. Supo así lo que estaban haciendo en esta guerra y Zelenski quiso mostrar, defender Mariupol frente a un asedio ruso implacable y devastador. La izquierda griega ha puesto el grito en el cielo, y, como parte de la española, ha acudido al recurso propagandístico de identificar no sólo al batallón Azor, sino a quienes organizan la resistencia ucrania desde el gobierno, como filonazis. Incluido el propio Zelenski.

Le recuerda lo que el martes pasó en España: esa ausencia intencionada, y un punto cobarde, piensa, de algunos diputados de Izquierda Unida o la falta de respeto institucional de los de la Cup, alguno del BNG o el secretario de Estado Enrique Santiago, secretario también del PCE, que, indignados, no se dignaron a aplaudir el discurso de Zelenski ante el Parlamento español.

Es muy selectiva la izquierda en sus afectos, como ligera y generosa en sus desafectos.

Es evidente que Zelenski no calculó que la propaganda rusa ha calado lo suficiente como para que parte de la población, sobre todo la que sigue embobada en la ensoñación comunista, mire más la ropa que a la persona y valore más la leyenda que el mensaje, el pecado original que el heroísmo presente: vea a un enemigo nazi donde sólo hay un combatiente que se dirige a sus compatriotas.

Recuerda Diana su impresión ante la reacción de parte de la izquierda española ante el discurso de Zelenski el martes ante el Congreso. La asombrosa pequeñez moral, el infantilismo de ideología de baratillo que impulsa a tipos cuyo compromiso social se mide en complementos de salario público y tienen la grandeza política aún por demostrar, a condenar desde su cómoda posición de funcionarios provisionales del Estado a un líder político que ha sido capaz de construir un liderazgo tan sólido como para armar moralmente a su país hasta conseguir detener a la potencia invasora rusa. No hay libertad en su país, clamaban; ha suprimido a partidos como el comunista, denunciaban. Desde 2014, precisaba otro, quizá ignorando que Zelenski es presidente desde 2019.

Un Zelenski al que en el otro lado, la extrema derecha de Vox reprochaban haber utilizado el ejemplo de Gernika en su intervención. ¿Por qué no Paracuellos? Se preguntaban. La respuesta es evidente, pero lo que tiene valor de marca es la pregunta: quedarse en esa epidermis, dar valor de categoría a una anécdota que, por lo demás, comparte imagen con los edificios rotos y la devastación de Mariupol, su Gernika ucraniana, demuestra cortedad de miras, sectarismo y una frivolización inaceptable de la situación. Como si la hubieran bombardeado ellos, contaba Chapu Apaolaza en La Brújula con afilada intención.

Curiosa coincidencia, o quizá no tanto, entre extrema derecha y extrema izquierda: poner peros ideológicos o argumentos ligeros a una intervención histórica tanto en el fondo como en la forma. En lo primero, porque es la presencia en directo y para pedir ayuda del presidente de un país en guerra que, insisto, es un ejemplo global del liderazgo popular; y en lo segundo porque al hacerlo estaba poniendo en riesgo su propia vida. Los rusos siguen tratando de localizarle y acabar con él.

Es una exhibición impúdica de miserable mediocridad contestar con toscos brochazos de ideología viejuna o ponerse exquisito con las citas a la Historia ante el discurso de un hombre que llegó por casualidad a la política, y está dando lecciones de heroísmo y generosidad en un país asediado por la guerra, víctima de una potencia que para ellos da la sensación de que merece menos censura. Es el que ataca, sí, pero los nazis y los que nos molestan son los de Zelenski. O así.