España

La nacionalidad catalana

La victoria del PP se tiene que sustentar, precisamente, en una respuesta diversa a una realidad común que es el amor a España

Hay polémicas que causan sorpresa, porque son inconsistentes. El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, que no es nacionalista, soberanista o independentista se refirió a la «nacionalidad catalana». Es un término que se ajusta a la previsión Constitucional a la hora de referirse a algunas de las autonomías que forman la Organización Territorial recogida y desarrollada en el Título VIII. El tenor literal del artículo 2 indica que «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas». Por tanto, es correcto referirse a la nacionalidad catalana dentro de la nación española y no es ninguna concesión a los secesionistas o muestra de ningún complejo. Es cierto que me cuesta acostumbrarme al desconocimiento que muchos de sus fervorosos y ciegos defensores tienen de nuestra Carta Magna. En clase explico que es un texto fácil de entender y que su aprendizaje permite superar con éxito la asignatura de Derecho Constitucional. Su lectura y conocimiento debería ser obligatoria para todos los escolares.

En este aspecto no soy optimista, porque la izquierda no cree en una educación basada en el mérito y la capacidad, pero, además, cómo vamos a exigir que los estudiantes la conozcan si algunos políticos no tienen idea de su contenido más allá de las generalidades y lugares comunes. Lo sucedido con el término de «nacionalidad» me lleva a inquietarme, incluso, por cómo consiguieron superar la carrera de Derecho los que criticaron a Feijóo, porque tendría que haber recibido en su día un sonoro suspenso. Este lunes tengo que poner un examen parcial y estoy convencido de que ninguno de mis sufridos alumnos cometerá un error tan garrafal como desconocer que el artículo 2 se refiere a las nacionalidades y las regiones. Los constituyentes, que no eran peligrosos independentistas, decidieron incluir esta diferencia, sin efectos jurídicos, con el fin de reconocer unos hechos diferenciales que no van en contra del principio constitucional de igualdad. La diversidad territorial es una gran riqueza para España y se equivocan los radicales, de uno y otro lado, cuando la cuestionan. En infinidad de ocasiones he dicho y escrito que ser catalán es mi forma de ser español y me siento muy orgulloso de mis raíces aragonesas, castellanas y valencianas.

No tengo por qué elegir, como quieren los nacionalistas españoles exacerbados o los independentistas de mi tierra, entre una cosa y la otra, porque ha existido una identidad española, compleja si se quiere, desde la Hispania Romana y podría incluir, aunque no me gusta analizar ese periodo con conceptos actuales, la situación previa a la conquista. No hay duda de que se habla del reino godo de Toledo, que incluye todo el territorio peninsular, o que la brutal invasión y conquista musulmana, falsamente idealizada por la izquierda y algunos historiadores inconsistentes cegados por el mito de las tres culturas, dio como resultado un deseo colectivo de expulsarlos y lograr la unidad que se conseguiría con los Reyes Católicos y con mayor perfección por la incorporación de Portugal en tiempos de Felipe II. La pérdida del condado de Portugal en la Edad Media fue un desastre y lo sería aún mayor como resultado de la traición de las elites portuguesas, encabezadas por el duque de Braganza, contra su legítimo rey, Felipe IV. La Historia hay que dejarla y no manosearla por intereses partidistas o nacionalistas.

Es lo que se tiene que hacer, también, con la Constitución y con los conceptos de teoría política. Hay excelentes manuales que deberían leer aquellos que criticaron que Feijóo utilizara el término nacionalidad para referirse a Cataluña, porque no hicieron más que mostrar su ignorancia. No solo de lo que señala la Constitución, sino de unos conocimientos mínimos de los términos y su significado. Una vez más nos encontramos ante un desconocimiento de la realidad territorial española. A este respecto no tengo ningún complejo, porque toda mi vida profesional he defendido lo español en Cataluña y no me ha importado ser blanco permanente de ataques de los nacionalistas desde principios de los ochenta. No puedo decir lo mismo de estos nuevos inquisidores que se consideran en posesión de la verdad absoluta. Al nacionalismo catalán, que incluye desde los moderados hasta los independentistas, se le tiene que combatir con firmeza y rigor. Es bueno recordar que todos los nacionalistas catalanes tienen en su seno un secesionista que está esperando la oportunidad para conseguir acabar con España.

No sucede lo mismo con los que nos sentimos profundamente catalanes, pero también españoles, porque nunca he entendido la razón por la que pretenden que tenga que elegir entre dos conceptos que van indisolublemente unidos desde hace más de dos milenios. El Título VIII de la Constitución quiso resolver el endémico problema de la Organización Territorial y considero que lo hizo de forma satisfactoria, aunque hay errores que se podrían corregir o aspectos que se deberían mejorar o clarificar. Esto no significa reeditar una nueva LOAPA, que el TC declaró acertadamente que era inconstitucional, porque no tiene ningún sentido y, además, significa no entender España. La victoria del PP se tiene que sustentar, precisamente, en una respuesta diversa a una realidad común que es el amor a España. No es lo mismo Madrid, donde vivo y me siento muy feliz, que Castilla y León, Castilla La Mancha, Cataluña, Aragón, Asturias, País Vasco, Galicia, la comunidad Valenciana, Baleares, Andalucía, Murcia, Extremadura, Canarias, Baleares, La Rioja o Cantabria. Es una diversidad que recoge los hechos diferenciales dentro de la indisoluble unidad de nuestra patria que es España. Por tanto, Feijóo acertó plenamente al referirse a la nacionalidad catalana.