
Eleuteria
Periodistas cómplices
Una democracia sin prensa crítica es una democracia sin control ciudadano
Una de las funciones esenciales del periodismo en una sociedad libre consiste en fiscalizar el poder: en desconfiar sistemáticamente de los gobernantes, en investigar sus actos y en denunciar ante los ciudadanos cualquier abuso o corrupción que pudiera producirse. Solo así se garantiza una ciudadanía informada y capaz de reaccionar frente a los atropellos institucionales. Sin embargo, buena parte del periodismo español, especialmente el situado ideológicamente a la izquierda, ha abdicado durante años de esta tarea fundamental.
En lugar de ejercer de contrapoder, muchos periodistas se han entregado a la defensa incondicional del Gobierno, convirtiéndose en sus voceros oficiosos. A menudo atacan con virulencia a los pocos colegas que aún se dedican a investigar al poder político, acusándolos de activistas o de manipuladores, cuando en realidad son ellos los únicos que siguen haciendo su trabajo. Al final, quienes se convierten en cómplices del poder acaban ligando su destino profesional a la reputación de los políticos que encubren. Y cuando esa reputación se hunde –por la irrupción de escándalos de corrupción imposibles ya de tapar–, arrastran con ella su propia credibilidad.
Lejos de asumir responsabilidades, muchos de estos periodistas han reaccionado durante estos días con indignación y victimismo. Se han declarado engañados por aquellos políticos corruptos del PSOE a quienes habían defendido durante meses, como si su ingenuidad les eximiera de haber sido cómplices de una campaña de desinformación sostenida. Otros, más cínicos aún, reconocen el daño de la corrupción, pero insisten en que lo verdaderamente preocupante es que estas crisis puedan abrir la puerta al ascenso político de otras fuerzas de «extrema derecha» que consideran «indeseables».
Este enfoque revela con claridad el problema de fondo: una parte significativa del periodismo ya no se concibe como un transmisor veraz de información, sino como un escudo ideológico que debe proteger ciertos valores, ideas o partidos, incluso a costa de mentir u ocultar la realidad. Cuando los periodistas se convierten en guardianes de un «relato» en lugar de buscadores de la verdad, dejan de ser periodistas y se transforman en propagandistas.
Y, mientras tanto, la democracia –la real, la que exige verdad, responsabilidad y límites al poder– se degrada. Porque una democracia sin prensa crítica es una democracia sin control ciudadano. Y una prensa que encubre la corrupción por motivos ideológicos no sólo traiciona a su propia profesión: traiciona a su propio país.
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