Pedro Sánchez

Estorbar, estorbar, estorbar

«Esta idea de que la oposición molesta trasluce una clara soberbia»

Sánchez, estuvo muy desafortunado el martes al utilizar la palabra «estorbar» en su respuesta a la pregunta que le realizó Feijóo en el Senado. Cuanto más reflexiono sobre ello me resulta más inaceptable. En el diccionario de la Real Academia Española tiene dos acepciones: «poner dificultad u obstáculo a la ejecución de algo» y «molestar, incomodar». Sánchez definía de esta forma la labor realizada por el PP a lo largo de esta legislatura. Lo inquietante es que no lo dijo una vez, sino que lo recalcó repitiendo la palabra tres veces en la misma frase. Esta idea de que la oposición molesta trasluce una clara soberbia y un sentimiento injustificable de superioridad. No sé si el presidente era consciente del alcance de lo que estaba haciendo, pero es la impresión que saqué mientras le escuchaba. No me pareció un término respetuoso y acertado. Está en su derecho a ser lo duro que quiera o no desear ningún acuerdo con el PP, pero debería ser más atinado en el uso del lenguaje. El español es lo suficientemente rico como para ofrecer un abanico de términos que no lleven a la conclusión de que al inquilino de La Moncloa le molesta la oposición.

Es una posición inaceptable en cualquier democracia. Es más acertado aducir que su labor no es constructiva, que no quieren alcanzar acuerdos, que se han instalado en la negación permanente o que no dan la altura. No es que esté de acuerdo con ello, solo me limito a ofrecerle alternativas alejadas de la soberbia construcción ideológica de que la oposición molesta. Esto nunca es así, porque es el lógico complemento en un régimen parlamentario. Es verdad que La Moncloa produce un inquietante mal de altura a todos sus inquilinos, que olvidan que son temporales. Ninguno ha sido inmune a ese aislamiento que produce el poder y la toma de decisiones. Hasta pueden considerar que son unos incomprendidos. A esto hay que añadir la «corte» de pelotas políticos y mediáticos que loan todas sus gracias. Sánchez es prisionero de su socio preferente y sus aliados parlamentarios, que no le gustan pero garantizan su supervivencia. Por tanto, no es que la oposición sea molesta o incómoda, sino que no puede llegar a acuerdos con ella debido a esos lastres que arrastra desde el inicio de la legislatura.