México

Ese defensor de las tiranías

Sin una justicia digna de ese nombre, Iberoamérica está condenada a emigrar

Mientras el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, recuperado del susto que le dio Trump, juega al antiamericanismo de salón y se erige en defensor de tiranos de la catadura de Daniel Ortega, Díaz Canel o Nicolás Maduro, algunos centenares de miles de iberoamericanos tratan de cruzar al norte del río Bravo con la esperanza de una vida mejor, de esas que permiten que los niños vayan solos al colegio, que a tus hijas no las violen a la primera de cambio y que si, mala suerte, te asesinan, haya alguien que procure buscarte justicia. Cosas sencillas, que quienes vivimos en España damos por supuestas, pero que en algunos lugares de América sólo se consiguen a base de pasta, guardaespaldas, coches blindados y condominios protegidos por alambre de espino. Si no, pregúntenles a los salvadoreños, gente trabajadora como hay poca, por qué huyen de un país donde hay pandillas, como la «Mara Salvatrucha», que te deja 87 muertos tirados en las calles porque el gobierno de turno ha incumplido los acuerdos de no agresión, por más que el presidente, Nayib Bukele, populista, niegue lo que todo el mundo sabe, que el poder del Estado se comparte con la delincuencia más baja y brutal. Lugares como México, donde el 89 por ciento de los homicidios nunca se resuelven y, créanme, muchos de los que sí son errores judiciales o el resultado de atajos para calmar a la opinión pública, como ocurrió con el periodista Saúl Martínez, que se lo llevaron unos sicarios de la misma puerta de la comisaría de Agua Prieta donde trataba de pedir ayuda y dejaron su cadáver, molido a palos, en un barranco. Por supuesto, los autores eran del narco, pero se intentó cargar el crimen a su ex mujer, supuestamente, por una disputa sobre la pensión de alimentos. Que, con ese desempeño de la justicia, el presidente Obrador salga todos los días en televisión para loar los logros de su gobierno e insultar a quienes denuncian la violencia impune, la corrupción y el desistimiento de las instituciones, explica que decenas de miles de mexicanos, los que no pueden vivir en Polanco, pongan sus esperanzas en burlar a la migra y cruzar al norte. Y, luego, Dios dirá, que no en vano hay una enorme colonia chicana ya establecida que te acoge. Al otro lado, no saben cómo quitarse el problema de encima. Sólo en el capítulo de los hondureños, la Administración de Joe Biden ha expulsado, detenido o rechazado en frontera a más de medio millón de emigrantes de ese país, con lo que suena un poco ridículo el anuncio de que el Gobierno español negocia admitir a 200 trabajadores «circulares» de Honduras, es decir, de ida y vuelta, para que recojan fresas en Huelva. La historia nos dice que la primera gran emigración a los Estados Unidos la protagonizaron los europeos entre 1840 y 1920. Las cifras son difíciles de confirmar, pero se acepta comúnmente que seis millones de alemanes, cinco millones de irlandeses, tres millones de escandinavos y varios millones de rusos e italianos hicieron las maletas y cruzaron el Atlántico huyendo de la miseria, sí, pero, también, de los conflictos sociales y políticos que asolaban sus países y, pronto, en 1848, surgió el primer partido de tintes xenófobos en Norteamérica, el Know Nothing. El éxodo cesó cuando los europeos arreglaron las cosas en casa. Es lo que tendrían que hacer López Obrador y demás compañeros mártires, pero no, prefieren buscar culpables fuera.