Educación

Estudiantes militantes

El sesgar la educación, o abaratar los aprobados, en efecto, daña a los pobres

Pasito a pasito, este año he cumplido medio siglo de profesor universitario. Rara vez comulgo con la clásica nostalgia de las personas mayores, que se regodean afirmando que las cosas eran mejores antes. Pero debo admitir que no faltan las tentaciones. La última de ellas es la nueva Ley de Educación impulsada por PSOE-Podemos.

Leyendo a mi admirada Rebeca Argudo en LA RAZÓN, veo que los primeros libros de texto de la Lomloe, que aún son provisionales, han provocado «el pasmo de los profesionales de la educación al comprobar su contenido», por su frivolidad y carga ideológica, al estar caracterizados por el «marco argumental podemita», con todas sus consignas falaces, manipuladoras y sectarias.

Dirá usted: pues, es normal, pasa en todos los países, y, en el caso de España, pasa desde hace mucho. De hecho, tengo constatado, por ejemplo, el fuerte contenido antiliberal de los textos económicos del bachillerato desde hace más de treinta años, cuando lo estudiaban mis hijos.

En este intento masivo de convertir desde el poder político a los estudiantes en militantes quizá convenga subrayar dos aspectos, uno pesimista y el otro optimista.

El aspecto más reaccionario de esta maniobra de la izquierda es que sigue la regla habitual del socialismo, a saber, castiga especialmente a los más vulnerables. El sesgar la educación, o abaratar los aprobados, en efecto, daña a los pobres, como dijo la profesora Marta Martín: «La degradación de la calidad educativa genera inequidad, porque deja a los pies de los caballos al que no puede permitirse alternativas. Se cargan la educación como ascensor social y la educación como espacio compartido y espacio de libertad». Coincide el profesor Alfredo Alvar: «Lo que van a conseguir es que el que tenga dinero opte por llevar a sus hijos a estudiar fuera, que el instruido transmita su conocimiento a sus hijos. Pero el que no pueda permitirse pagar una educación de calidad no tendrá otra».

El aspecto optimista es que, en este campo como en otros, los supuestos defensores de lo público, que en realidad anhelan devaluarlo, se están encontrando con una resistencia cada vez mayor. Rebeca Argudo informó en nuestro periódico sobre la reacción de muchos profesores, indignados ante esta manipulación pseudoprogresista, y es algo que nos anima a todos los defensores de la buena educación.