OTAN
La kermesse heroica
Está por ver si fuera de aquí toda la retórica épica y patriótica montada sobre el esfuerzo –y la vida– de los ucranianos se plasma en algo más
Entre los hechos más importantes que ha venido a aclarar la cumbre de la OTAN en Madrid está el renovado compromiso de Estados Unidos con Europa. Hace muy pocos meses, parecía que los norteamericanos habían fijado sus prioridades en otras regiones del planeta. Ahora, después de la invasión de Ucrania, parece que Europa vuelve a la primera fila. Con dos compromisos muy significativos, y los dos, como era de esperar en países de frontera. Uno en Polonia y el otro en España, con un importante incremento de la presencia de la Armada norteamericana en nuestro país. No queda del todo zanjada la cuestión de la defensa de Ceuta y Melilla, aunque no era esa –al fin y al cabo una cuestión «doméstica»– lo que iba a perturbar el papel protagonista de Sánchez en la cumbre. Lo que sí queda claro es que de ser, como se ha dicho, una suerte de club social en los últimos treinta años la OTAN ha recobrado su antigua naturaleza de organización militar destinada a defender la integridad territorial de los países que la forman: en otras palabras, una organización de defensa de la democracia liberal.
Ahí arrancan las paradojas de la nueva situación. Sánchez las ejemplifica mejor que nadie. El renovado compromiso de Estados Unidos responde a una realidad. El viejo continente se ha convertido en terreno de batalla. Si Estados Unidos ha comprendido que debe seguir defendiendo sus intereses aquí, debería haber llegado el momento de que los propios europeos comprendieran que son sus intereses los que están en juego. Así ha ocurrido en parte, como lo indica el aumento del presupuesto alemán de defensa o el histórico giro de Suecia y Finlandia. ¿Lo han comprendido también los españoles? O, mejor dicho, ¿ha empezado el gobierno a preparar y liderar un cambio similar en la opinión pública de nuestro país?
No parece que sea así. El fervor otanista del gobierno y la simpatía pronorteamericana impulsada por el ministro Albares se mueven en el terreno de los gestos de política internacional. Los compromisos asumidos en esta esfera no se traducen en un mínimo esfuerzo de pedagogía ante la sociedad española. Más bien al revés. Por si pudiera ser mal interpretada, la kermesse otanesca de estos días se ha visto precedida y compensada por toda una batería de medidas y declaraciones destinadas a asegurar a los españoles que no afrontan la menor crisis. La acompaña la ampliación de una legislación destinada, como es el caso de la Memoria Democrática pactada con Bildu, a socavar las bases del consenso fundador de la Monarquía parlamentaria y acabar con cualquier rastro de conocimiento y lealtad de lo que en su día fue la nación española. (La maldición de la bandera que persigue a Sánchez parece ser algo más que una anécdota). Más avanzados en estos procesos de disolución nacional que nuestros socios, como nos ha ocurrido más de una vez, España personifica hoy esa contradicción entre unos países europeos que prefieren no defenderse a sí mismos y una situación en la que la cultura de la defensa se ha convertido en una necesidad, por no decir una urgencia de carácter existencial. Está por ver si fuera de aquí toda la retórica épica y patriótica montada sobre el esfuerzo –y la vida– de los ucranianos se plasma en algo más.
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