Ciudadanos

Quo vadis Ciudadanos

Ahora la disyuntiva es caer sin soltar la bandera como cabeza de ratón, o trasladar activos a la cola del león

Que entre el elenco de opciones políticas en nuestro país haya un partido de corte ideológico encajado en el centro liberal, nunca está de más, sobre todo a la hora de desengrasar algunas rigideces impuestas por el bipartidismo dentro del juego parlamentario y la gobernabilidad en ayuntamientos y comunidades autónomas. Pero siendo consecuentes no queda otra que reconocer el fracaso de las experiencias surgidas durante las últimas décadas de democracia, todas ellas con el denominador común de un muy marcado sesgo personalista. Ocurrió con un CDS de Adolfo Suárez que pobló el Congreso de escaños e incluso llegó a situar a uno de los suyos en la alcaldía de la capital de España, pero que acabó diluyéndose entre fugas a otras más confortables casas comunes y el declive de la estrella del líder. Ocurrió con la UPyD fundada por Rosa Díez fagocitada por los grandes contiguos y ahogados por la falta de financiación en la demostración más palmaria de lo inmisericorde e injusta que resulta ser muchas veces la política.

Ahora tiene todos los síntomas de repetirse con la opción de Ciudadanos, también asentada en origen sobre el culto a la personalidad de su fundador Albert Rivera y hoy, tras los últimos y sucesivos descalabros electorales enfilando la puerta hacia una desaparición que, en cualquier caso, ya es un hecho, aunque algunos de los dirigentes naranjas se nieguen a reconocerlo. Ciudadanos, como los personajes de «los otros» ya es un ente muerto que cree estar todavía caminando entre los vivos y que tal vez aguarda la escenificación final de su defunción en los próximos comicios municipales y autonómicos, un ámbito territorial donde de manera especial esta formación ha demostrado –y ahí están los casos de Andalucía y Madrid capital– no pocas dosis de lealtad política y de eficiencia en la gestión.

Hubo un tiempo en el que el partido hoy liderado por Inés Arrimadas, –no exenta de un considerable cúmulo de errores– no tuvo techo, pero dilapidó su crédito renunciando a una más solida batalla parlamentaria en Cataluña y a haber cuajado a nivel nacional en compañía de otros una etapa de estabilidad y prosperidad de las que hoy adolecemos. Ahora la disyuntiva es caer sin soltar la bandera como cabeza de ratón, o trasladar activos a la cola del león. Ocurra como ocurra, la política española no está para prescindir de activos como Marín o Villacís. Demasiado talento por el sumidero y mucho «bluf» tratando de «sumar».