Javier García Gaztelu

Txapote

El Gobierno no está cumpliendo legislación penitenciaría alguna, tan solo pagando una factura.

La gota que colma el vaso de la indignidad democrática y de la humillación de las víctimas del terrorismo ha tenido lugar esta misma semana, con el acercamiento de 13 presos de ETA con más de 70 asesinatos a sus espaldas, entre los que se cuentan algunos de los más sanguinarios asesinos en serie de la organización, incluido Javier García Gaztelu, alias Txapote, autor del asesinato a sangre fría de Miguel Ángel Blanco y también del de Gregorio Ordóñez. Se suman a los dos centenares largos de terroristas acercados a las cárceles que, desde hace poco, son gestionadas por el Gobierno Vasco, también por obra y gracia del sanchismo, que aprobó un traspaso competencial penitenciario que la democracia española siempre había intentado evitar. Una coreografía perfectamente diseñada que conduce, a través de los acercamientos, primero, y las progresiones de grado, los beneficios penitenciarios y las excarcelaciones, después, a la puesta en libertad de los presos de ETA, como marca la hoja de ruta pactada por el sanchismo con sus socios parlamentarios, especialmente Bildu, cuyo líder, Arnaldo Otegi, lleva tiempo jactándose de la inminencia de este logro. Se da la circunstancia de que ninguno de los criminales incluidos en esta monstruosa operación de blanqueo y olvido ha pedido perdón, mostrado arrepentimiento o colaborado en el esclarecimiento de los crímenes de la banda. De hecho, quienes les respaldaron antes desde el brazo político llamado Batasuna, y lo hacen ahora desde su heredera Bildu, dedican la mayor parte de sus esfuerzos dialécticos a excusar y justificar una violencia que no consiguió nada por la vía de la extorsión terrorista a la sociedad española, pero que lamentablemente empieza a obtener algunos réditos a través del chantaje parlamentario al Gobierno moralmente más débil de la historia de nuestra democracia. Intentarán que, en medio de una guerra que se va complicando, y de una crisis económica en ciernes, con muchos riesgos para el bienestar de los españoles, nadie se preocupe por algo que no es un asunto de actualidad ni tampoco una cuestión de primera necesidad. Querrán que parezca una matraca, cosas de la derecha, ya saben. Es una mercancía tan averiada, porque este no es ni un asunto más ni un tema menor, sino un debate central que afecta la salud de nuestra democracia. Además de la memoria de las víctimas, y la justicia y dignidad que merecen, quienes nos sentimos demócratas, tenemos la obligación de defender y enarbolar la bandera de la resistencia que significaron los millones de manos blancas que acabaron con una ETA acorralada por las fuerzas de seguridad, la justicia y la imprescindible colaboración francesa. Un hecho que se puede truncar, como viene a demostrar que, definitivamente, la profecía de una madre irreparablemente doliente se haya hecho real, porque es verdad que el socialismo nos ha helado el corazón. Con los acercamientos del 31 de agosto, con Txapote como estandarte, lo ha certificado de forma nítida, casi definitiva. A la dignidad de una nación que ha sufrido demasiado no le queda otra opción ética que no sea recuperar aquella orgullosa resistencia cívica, y, para ello, no hay una forma más apropiada y más democrática de decir Basta Ya que, llegado el momento de los votos, recordar que no merece gobernar un país quien desde el Gobierno ha sido capaz de traicionar a los muertos. Ese será el momento de recordar varias cosas: el fracaso económico y la mala gestión de la pandemia, sí, las cesiones a los independentistas, también, y, por supuesto, a Txapote. Y que no nos engañen, no está cumpliendo legislación penitenciaría alguna, tan solo pagando una factura.