Opinión

Cinco años después

Los republicanos nacionalistas catalanes han comprendido que el golpe de Estado intentado hace cinco años fue un error. No sabemos cuál habría sido la respuesta del Estado, de la Unión Europea y de la comunidad internacional si los secesionistas se hubieran plantado y continuado con su acción el 27 de octubre de 2017, tras el referéndum del 1-O. El hecho es que no lo hicieron y eso mismo indica su debilidad. Cataluña no estaba lo bastante nacionalizada como para que se produjera un movimiento de masas a favor de la independencia, y tampoco lo estaban, en realidad, sus propios promotores, que no creían lo bastante en su causa como para desafiar al Estado más allá de lo gestual.

De aquí se deducen dos consecuencias. Una primera, que es necesario proseguir el trabajo de nacionalización de la sociedad catalana, un trabajo que el golpe de 2017 no ha facilitado, al revés. Otra vez se impone la paciencia y el largo plazo: un nuevo programa 2000, como el de Pujol, para conseguir una mayoría social favorable a la secesión en algún futuro referéndum. La segunda consecuencia es que resulta inútil la confrontación directa con el Estado, que sigue contando con instrumentos de acción poderosos. La estrategia, en este caso, consiste en diluir el Estado y lo que quede de la idea de nación española hasta dejarlos en algo casi residual en la conciencia y en la vida de los catalanes.

El Partido Socialista, que no puede desconocer estas realidades, plantea otra respuesta: el debilitamiento del Estado central para propiciar una nueva forma nacional, que sea capaz de acoger, con un máximo grado de autogobierno, las naciones que la componen. Es la línea clásica del federalismo español, que consiste en desunir lo unido para volver a unificarlo más tarde según un criterio distinto. Es una apuesta arriesgada, hecha sobre la convicción de que la opinión pública catalana no acabará de nacionalizarse nunca y aceptará su encaje en esta nueva España desnacionalizada. Políticamente, requiere que en Cataluña no vuelva a cobrar importancia ningún partido español nacional. Y le viene muy bien para mostrar lo que ni la Esquerra ni la izquierda catalanas quieren ser, la posición desorbitada y testimonial de los de Junts.