Vladímir Putin
Putin o lo que va de la inflación al apocalipsis
Lo que no podía suceder se convierte ya en firme aspirante a protagonista de la realidad.
Asombra, a veces, la claridad con la que el futuro estaba escrito en el pasado, con la que se asomaba al presente. Las evidencias que anunciaban lo que vendría, que marcaban lo que ocurriría, pero que se ignoraron o que no fueron analizadas con la suficiente diligencia. Algo parecido debieron pensar Yuri Felshtinsky y Michael Stanchev cuando el pasado mes de febrero se cumplieron sus vaticinios, esos que pocos daban por ciertos, los mismos que muchos relegaban a temores desmedidos. Los dos, experto en el servicio secreto ruso, uno, y asesor del ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania, otro, recogieron en un libro allá por 2014 todas las claves del órdago ruso a Occidente, con Kiev como víctima propiciatoria, y que la realidad, punto por punto, se ha ido encargando de ratificar después.
El volumen, reeditado ahora en España por Deusto, «Ucrania. La primera batalla de la Tercera Guerra Mundial», con prefacio y epílogos añadidos y actualizados en las premuras de los últimos meses, nos sitúa frente a aquellos fantasmas que, más o menos obstinadamente, más o menos inconscientemente, la sociedad contemporánea intenta asimilar. En particular, el de un conflicto de dimensiones nucleares difícil de encajar para nuestras mentes acomodadas a las conclusiones del siglo XX y que aún hoy aspiran a comprender cómo de revirado ha entrado el XXI. En el momento en que los sones de un ataque nuclear recuperan ritmos olvidados hace décadas en bahía de Cochinos, con la determinación Kennedy, que no era Biden, y en el tiempo en que esos ecos se instalan en las conversaciones, lo que no podía suceder se convierte ya en firme aspirante a protagonista de la realidad.
Y cuando Borrell termina instando al presidente ruso, tan inestable, tan incontrolable, a «no marcarse un farol» y le advierte de que un potencial ataque nuclear a territorio ucraniano provocaría una «respuesta militar occidental tan poderosa que aniquilaría a su ejército», entonces, el paradigma en el que nos encontramos se presenta sustancialmente distinto de aquel en el que creíamos estar. De ese en el que los debates por la intensidad de las luces de Navidad, las horas en las que poner la lavadora para ahorrar electricidad, la temperatura a la que programar la calefacción o el aumento del precio de las naranjas o del pollo quedan superados por ridículos. Que podemos preocuparnos por la inflación, la subida de los tipos, el encarecimiento de la vida o felicitarnos por la isla energética tan oportuna que formamos con Portugal, pero que, al final, Putin.
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