España

Estado de ánimo 2022

El rasgo colectivo que mejor nos identifica es que, precisamente por tanta inestabilidad y fluctuación, aún no tenemos muy claro cuál es nuestro estado de ánimo

El algoritmo, ese diosecillo digital, lo sabe todo sobre nosotros. Somos conscientes. Nuestros gustos, aquello que nos obsesiona, los temas de los que huimos, los que buscamos, las horas en las que estamos más activos o esas que dedicamos al reposo. Por dónde nos movemos, cuánto caminamos, el ritmo de nuestra respiración y, también, cómo no, lo que sentimos. Y lo hace a partir del «análisis de sentimiento», una técnica que emplea la estadística para discernir las emociones que se ocultan en nuestras comunicaciones. Un ejemplo es el «Hedonómetro», la herramienta con la que la Universidad de Vermont escudriña cada día más de 50 millones de tuits, casi una décima parte del tráfico de Twitter, para calcular los niveles de felicidad: 2020, pandemia mediante, resultó ser el año más triste. Empeñados como estamos en atrapar el bienestar, recurrimos además a otras clasificaciones que se valen de distintos medidores para seleccionar los países en los que la vida parece sonreír más a sus ciudadanos.

Y así, escrutando sentimientos y emociones, llegamos al estado de ánimo colectivo. Ese que supera al individual, que se consolida a partir del de cada uno, pero que genera un algo más, diferente y con carácter propio, y al que se refirió esta semana Felipe González, omnipresente (obvio) en las conmemoraciones del 40 aniversario de la victoria del PSOE en el 82. Recordaba el expresidente la importancia en política de «hacerse cargo del estado de ánimo de la gente» y alertaba a los gobernantes de las consecuencias de ignorarlo o no apreciarlo en la forma adecuada. De cómo nos sentíamos en España por entonces se ha escrito mucho. El año «Naranjito» representa el subidón español por excelencia: ya entrados en democracia (ni por ley se puede mover la Transición de la Historia), pero aún con las ilusiones recién estrenadas y no desgastadas, con el afán de mejora bien implantado en el sistema límbico común y con un ímpetu tal que aquellas elecciones fueron las de mayor participación, con el récord del 80 por ciento.

Cierto es que cada época tiene sus rasgos particulares, probablemente irreproducibles, pero aproximarnos al temperamento o a la actitud de la España de hoy que, inmersa en su cuarta década constitucional, debe comprenderse antes de pasar a intentar mejorarse, no resulta tarea sencilla. Tras años de aceleraciones, crisis sucesivas y premuras para resolver toda clase de acontecimientos inéditos, el rasgo colectivo que mejor nos identifica es que, precisamente por tanta inestabilidad y fluctuación, aún no tenemos muy claro cuál es nuestro estado de ánimo. Habrá que esperar, entonces, a ver qué nos dice el algoritmo.