deporte

Memoria

No creo en su infalibilidad ni pertenezco a la Iglesia Cholista de los Últimos Días, pero tengo memoria y recuerdo perfectamente los años de plomo

Desde que nos sacaron del Calderón para hacer unos pisitos, mi relación con el Atlético de Madrid no es la misma. No diré que nos estamos dando un tiempo, ni que las cosas ya no son como antes, ni que se ha enfriado nuestra relación. Simplemente, necesito respirar. Necesito llevar esta pasión un poco más en soledad, más íntimamente, un poco más en silencio. Ya no siento las gradas como mías, entre otras cosas, porque desde que nos llevaron al descampado, no reconozco lo que me rodea. A rebufo de los éxitos, han aparecido nuevos habitantes en el Metropolitano. Atléticos de nuevo cuño, malacostumbrados, malcriados, histéricos, capaces de vender su abono en partidos trascendentes a un visitante. Pitan a los jugadores, hablan mal de Simeone, y le hacen el caldo gordo a la prensa nacionalmadridista. Les encanta contestar a encuestas absurdas sobre el fin de ciclo, se van veinte minutos antes de que acaben los partidos para que no les pille atasco y en Twitter llevan el avatar del Pato Sosa mientras critican al Cholo. Neurastenia. En esta afición nunca se ha sido del Atleti porque ganaba, jamás. Para pasar el pañito a la plata ya están otros equipos y jamás se nos ha pasado ni por la cabeza. No es que no nos gusten las victorias, ni que seamos sufridores ni todas esas gilipolleces que hay que escuchar cada poco, no. Vinimos ya de casa bien educaditos y dispuestos a una fidelidad inquebrantable, pase lo que pase. Al desquicie de la grada hay que sumarle ahora a algún que otro muchachito en pantalón corto, dispuesto a echarle un pulso hasta al entrenador. Muy enfadica, hace gestitos si no le sacan, hace gestitos si le sientan. Un niño de doce años con malas pulgas, eso parece. Pues este querubín parece ser el favorito de los nuevos ricos que tenemos sentados en el Metropolitano, que olvidan muy fácilmente que el chef que les cambió el menú de ocho euros por una carta con estrella Michelín se llama Diego Pablo. Yo no digo que Simeone no cometa errores. No creo en su infalibilidad ni pertenezco a la Iglesia Cholista de los Últimos Días, pero tengo memoria y recuerdo perfectamente los años de plomo. Niñatos, vikingos, despistados y ofendiditos. Me salen unos cuantos para enseñarles la salida.