Opinión
Parteaguas de la Historia
Con la misa exequial celebrada ayer por Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro y su posterior inhumación en la tumba ocupada con anterioridad por san Juan Pablo, se cierra una etapa de la bimilenaria Historia de la Iglesia. Sin embargo, no se trata simplemente de una más entre 265 por ocupar él ese número en la sucesión de Pedro.
Desde luego que su renuncia ya es en sí misma tan excepcional, que solo esa realidad bastaría para calificar de muy «nueva» la etapa abierta desde ayer, pero no es solo ello lo que la define como un punto de inflexión histórico, un auténtico «parteaguas» de impredecibles consecuencias todavía, para la misión de la Iglesia en el mundo por supuesto, ya que la Historia de la Humanidad es indisociable de la vida terrenal de la institución fundada por Jesucristo, hace ahora 1993 años, precisamente para ser el instrumento esencial de su plan de salvación para ella. Benedicto es un gran santo dotado de una sabiduría excepcional para discernir los signos de los tiempos, siendo él quien precisamente calificó a los actuales como los de la «dictadura del relativismo» ya años atrás, lo que hoy resulta ser una afirmación profética y tan provocadora para el mundo que ha experimentado en carne propia las consecuencias de su tajante defensa de la verdadera doctrina de la fe de la Iglesia sin acomodarse al mundo.
La libertad humana es un Don extraordinario que incluye la posibilidad de no creer en el Dios cristiano o de creer en otros dioses o en ninguno, pero la misión por la que Jesucristo fundó su Iglesia no fue para acomodarse al mundo sino para ser luz que lo ilumine en la verdad. Con Lutero en el siglo XVI se inició en la Cistiandad, en parte de Occidente, una etapa de cambio de una sociedad Cristocéntrica a una de «cristianismo sin Iglesia», que pasó a ser tres siglos después con la Revolución francesa, de una sociedad sin Jesucristo, con la deificación de la razón humana. El siguiente paso con la revolución bolchevique en 1917 ya fue a un mundo sin Dios y en contra del hombre.
Ahora estamos viviendo una sociedad donde parece que el «príncipe de este mundo» ya ejerce de manera clara y explícita su poder sobre una parte no menor de la humanidad. Con un programa que Benedicto XVI, definió como el «credo del anticristo». Francisco ha tenido su providencial apoyo como emérito durante diez años, mediante su oración y compañía, para acompañarle en la ingente tarea que pesa sobre su pontificado en la transición a un Occidente que apostata públicamente.
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