Pedro Sánchez

Pedro Sánchez y la batalla de Bosworth

«Cualquier nombramiento o destitución está supeditado al bien mayor de su continuidad en La Moncloa»

Todo el mundo conoce la famosa frase que Shakespeare pone en la boca de Ricardo III. Catesby se acerca cuando las armas de su señor han sido derrotadas en la batalla de Bosworth (1485) diciéndole «¡retiraos, señor! Yo os traeré un caballo», pero su soberano le contesta «Villano, he arriesgado mi vida a una jugada y ahora he de aceptar la suerte de los dados. Parece que han luchado hoy seis Richmonds, a cinco ya he matado en vez de a él. ¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!». El último rey de la Casa de York era un hombre de su tiempo forjado en las guerras civiles y dispuesto a traicionar a todos para conseguir el poder. Nada que nos tenga que sorprender si acudimos a nuestra propia Edad Media. Por supuesto, la historia la escriben los ganadores y su sucesor, Enrique VII Tudor, casado además con Isabel de York, no sería generoso con el rival al que derrotó en el campo de batalla. La tragedia de Shakespeare nos muestra que no vale todo para conseguir un reino y luego mantenerlo. Lo mismo se puede aplicar a la política en estos tiempos tan convulsos, donde es fácil confundir amigos y enemigos o hacer alianzas desafortunadas.

Es lo que hizo Ricardo III, entre otros, con su primo Henry Stafford, II duque de Buckingham, o con lord Thomas Stanley, que era el padrastro de Enrique, que, aunque heredero de la Casa de Lancaster, no tenía derecho al trono al descender de un hijo natural. Los que eran sus aliados se convirtieron en sus enemigos conduciéndole a la derrota y la muerte. Sánchez se ha rodeado de socios tan poco recomendables como traicioneros. Es cierto que eran los únicos posibles, ya que le ayudaron, junto con la izquierda mediática, en la moción de censura que acabó con el gobierno del PP. El actual presidente del Gobierno era un candidato sin posibilidades como le sucedía a Ricardo, duque de Gloucester, que se convirtió en lord protector de su sobrino Eduardo V a la muerte de su padre. Sánchez fue secretario general, porque Zapatero y Susana Díaz lo prefirieron antes que a Eduardo Madina. La pretensión era que solo calentara la silla, hasta que la presidenta andaluza decidiera abandonar la comodidad de su virreinato para reinar en Madrid. Como se convirtió en un díscolo optaron por el expeditivo método de dar un golpe de Estado y lo expulsaron de la Secretaría General.

La Historia nos demuestra que no hay que dejar heridos por el camino, porque regresó derrotando a Susana Díaz, que contaba con el apoyo de Zapatero, González, Rubalcaba y la mayor parte de los barones. Por supuesto, la izquierda mediática, que ahora es fiel vasallo de La Moncloa, estuvo en el bando equivocado, porque recuperó la Secretaría General. El proceso es digno de ser recogido en una de las tragedias de Shakespeare, aunque solo con muertes civiles, pero las traiciones, las alianzas y las batallas de este período tienen un enorme interés. A pesar de su victoria, todos estaban convencidos de que sería un secretario general efímero, pero la suerte acompaña a los osados y la moción de censura fue su llave para conseguir el poder. Sánchez ha demostrado que es implacable en su ejercicio. Como los monarcas medievales reparte dádivas a sus aliados y es duro con sus enemigos y rivales. No creo que el genial dramaturgo inglés le haya servido de inspiración, pero desde luego su trayectoria es un guion perfecto de sus enseñanzas.

Ha sabido sortear crisis, ha minimizado las derrotas y ha utilizado la propaganda con notable maestría. Los que le desdeñaron ahora se rinden a sus pies y corren ansiosos para susurrar a su oído con el fin de ser influyentes en la vida pública, social y empresarial. Con interesante minuciosidad ha ido derribando los contrapoderes que le podían incomodar y ha situado a sus fieles, como hemos visto con el Tribunal Constitucional, sin importarle criterios caducos, dicho irónicamente, como el mérito y la capacidad, porque lo único que cuenta es que sean leales a su señor. No tengo ninguna duda de que los dos nuevos magistrados, Juan Carlos Campo y Laura Díaz, lo serán. Esa concepción utilitarista le ha dado hasta ahora un excelente resultado, ya que cualquier nombramiento o destitución, incluidos los que le habían sido más leales en el tiempo de la defenestración, está supeditado al bien mayor de su continuidad.

El talón de Aquiles de su plan reside, precisamente, en su aliado de coalición y sus socios parlamentarios. No me escandaliza, lo siento, que diga y haga ahora lo contrario de lo que defendía cuando estaba en la oposición. Al igual que Ricardo III y otros protagonistas de la Guerra de las Dos Rosas, todo se supedita a la continuidad en el poder y a la convicción personal de que hace lo mejor para sus gobernados. Cuando estaban sentados en sus tronos y sus aliados les adulaban, los reyes de las casas de Lancaster y York se sentían invencibles. Es lo que sucede cuando un político se convierte en el todopoderoso inquilino de La Moncloa, que siempre he pensado que debería ser solo un recinto ministerial, mientras que la presidencia tendría que estar en el centro de la capital. Sánchez se puede centrar en la economía, el medio ambiente y la proyección internacional, pero la mayoría de los votantes rechazan a Podemos, los independentistas y los filoetarras. Ha tenido la suerte, a diferencia de su antecesor, de que la crisis económica afecta a Alemania y Francia por lo que el BCE no apoya ahora el austericidio. A pesar de ello, la sedición, la malversación, las cesiones y las exigencias de referéndums independentistas son un pesado lastre que le pueden conducir, como a Ricardo III, a tener su particular Bosworth.

Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).